Por Álvaro Inostroza Bidart.
La imaginación sigue siendo un factor fundamental en el cine de autor, sobre todo cuando se trata de recrear el mundo de un niño de diez años, que le toca participar de la Segunda Guerra Mundial.
Esta es una de las principales características de “Jojo Rabbit” (2019), cinta dirigida, escrita y producida por el cineasta neozelandés Taika Waititi; y basada en la novela homónima de la escritora contemporánea estadounidense Christine Leunens; que cuenta la historia de Jojo (Roman Griffin Davis), un niño berlinés que pertenece a las juventudes hitlerianas y que tiene como amigo imaginario al propio Adolf Hitler (Taika Waititi), a quien admira profundamente.
Waititi, de 44 años, había dirigido antes cinco largometrajes: “Aguila vs Tiburón” (2007), “Boy” (2010), “¿Qué Hacemos en las Sombras?” (2014), “Cazar para la Gente Salvaje” (2016) y “Thor: Ragnarok” (2017), ésta última la única estrenada en Chile, aunque claramente ésta pertenece a un encargo comercial y no a su trabajo más personal.
“Jojo Rabbit” es una visión de la guerra, pero con la visión de un niño ingenuo, que le cree a los adultos; sobre todo a los cercanos: su madre Rosie (Scarlett Johansson), que le esconde que es de la resistencia; a su amigo imaginario, a quien ve como un héroe y que le habla en contra de los judíos, y su amigo del barrio Yorki (Archie Yates), que también es nazi; ya que su padre se supone que está luchando en el frente alemán y su hermana mayor falleció.
Todo esto cambia cuando se entera que en el entretecho está escondida una niña judía mayor que él, Elsa (Thomasin McKenzie), de la cual se enamora de a poco. Su mundo se pone de cabeza y Hitler se le va cayendo a pedazos, en un proceso de maduración y de conciencia, en que comienza a valorar otras cosas, como el afecto, la amistad y la maravillosa poesía de Rainer María Rilke. En este sentido, es hermosa la relación que establece con el capitán Klenzendorf (Sam Rockwell), que le salva la vida, primero a Elsa y luego a Jojo, sacrificándose él mismo.
La cinta tiene tono de comedia, con elementos trágicos y tristes que retratan la brutalidad de la guerra; aunque nunca pierde el tono fresco, propio de la mirada infantil de un niño sensible y con valores, que se obnubiló como muchos con el carisma de Hitler y sus visiones de grandeza y superioridad.