Por Álvaro Inostroza Bidart.
Netflix da la inesperada posibilidad, entre tanta cinta nueva interesante, de ver algunas verdaderas curiosidades de la historia del cine; que no se pueden dejar pasar por ningún motivo.
Una de ellas es “El Extraño” (1946), película dirigida por el genial cineasta estadounidense Orson Welles, considerado uno de los directores más importantes del siglo XX.
Welles (1915-1985), antes de este filme, ya había dirigido dos largometrajes: “Ciudadano Kane” (1941) y “Los Magníficos Amberson” (1942), que lo habían situado en la primera línea mundial. “El Extraño” es una de sus películas menos conocidas, pero no por eso menos interesante. Reúne todos los elementos característicos de su estilo, único e inconfundible: con énfasis en las actuaciones, en la iluminación, en el sonido, en la progresión dramática, en el conflicto subterráneo en la relación entre los personajes y en el subtexto de los diálogos y de la progresión narrativa.
Sus siguientes cintas lo confirmaron y lo situaron en un lugar indispensable en el cine: “La Dama de Shanghai” (1947), “Macbeth” (1947), “Otelo”(1952), “Mr. Arkadin” (1955), “Sed de Mal” (1957), “El Proceso” (1962), “Campanadas a Medianoche” (1965), “Una Historia Inmortal” (1968), “Don Quijote” (1969) y “F de Falso” (1973), entre otras.
“El Extraño” cuenta la historia de un criminal de guerra nazi, Franz Kindler(Orson Welles), que se refugia en un pequeño pueblo de Connecticut, llamado Harper; y que se hace pasar por el profesor de secundaria Charles Rankin y se casa con Mary (Loretta Young), la hija del juez del lugar (Philip Merivale), quien se encuentra perdidamente enamorada de este amante de los relojes. De hecho, el reloj de la torre del pueblo, que Rankin se compromete a arreglar, es fundamental en el desarrollo de las acciones y en el desenlace del filme.
Otro personaje fundamental es Mr. Wilson (Edward G. Robinson), agente especial de la Comisión que busca a los asesinos de guerra, quien llega al pueblo tras la pista de Kindler; y que inteligentemente va atando cabos, por la desaparición de un antiguo subordinado de Kindler, Konrad Meinike(Konstantin Shayne) y que se maneja en forma brillante con las gestualidades y subtextos, como una especie de alter ego del propio Welles.