Por Álvaro Inostroza Bidart
Hay directores de gran talento que han desarrollado prácticamente toda su carrera en la televisión; pero que cuando han tenido la posibilidad de llegar a la pantalla grande no han decepcionado y han ratificado toda la capacidad mostrada anteriormente en el pequeño formato.
Uno de ellos es el cineasta británico Philip Martin, que con su opera prima “El Falsificador” (2014) construye una cinta interesante, con personajes bien definidos y con una dirección de actores a la altura de los mismos.
El protagonista del filme es Raymond J. Cutter (John Travolta), un talentoso falsificador de cuadros, que acelera su salida de la cárcel endeudándose con el mafioso Keegan (Anson Mount), con tal de poder estar más tiempo con su hijo adolescente Will (Tye Sheridan), que tiene un cáncer bastante avanzado. Con ellos vive también un personaje entrañable, el abuelo de Will, Joseph (Christopher Plummer), de esos personajes que dicen poco, pero que transmiten afectividad y lealtad.
Pero todas las deudas se pagan y Keegan obliga a Raymond a realizar un nuevo trabajo, exigente y contra el tiempo: falsificar y robar un Monet desde el museo de la ciudad, para un mafioso mayor y coleccionista, el mexicano Raúl Carlos (Julio Oscar Mechoso); operación en la que participarán las tres generaciones de Cutter, como un deseo final del agonizante Will.
Esta es la parte medular del filme, la falsificación del cuadro de Monet y su posterior robo e intercambio en el museo, segmento marcado por dos aspectos fundamentales: el acercamiento de Raymond con su hijo y el traspaso a éste de su sensibilidad y talento con la pintura y la rigurosidad en el trabajo, que los acercará definitivamente. En esta etapa, además, habrá dos mujeres claves en este mundo de hombres.
Primero, la madre de Will, Kim (Jennifer Ehle), que éste querrá conocer, a pesar de su marcada adicción a las drogas y al abandono familiar de su parte. La otra, la agente de la DEA Paisley (Abigail Spencer), que anda tras los pasos de Keegan y de Raúl Carlos; y que se involucrará emocionalmente con el drama de la familia Cutter. No obstante esto, la cinta se deja ver como una comedia un tanto anarquista, en la que por una vez impera una suerte de justicia, más ligada a las buenas intenciones y a los afectos, que a lo que señala estrictamente la ley.