Por Alejandra Garcés
Académica de la Carrera de Terapia Ocupacional
Universidad de Las Américas, sede Viña del Mar
El 5 de abril de 1967 se formó en Chile la Asociación Nacional de Terapeutas Ocupacionales. Desde esa fecha, nuestra sociedad ha tenido profundas transformaciones, las que han traído desafíos para la formación de nuevos profesionales.
La Terapia Ocupacional es una disciplina cuyo ámbito de acción se extiende a la amplitud de espacios de la vida cotidiana. No es una práctica individual, sino más bien colectiva, pues tiene como norte la participación justa y equitativa de todo sujeto en el complejo entramado social en el cual se asienta su identidad y sentido de pertenencia.
Pero ¿qué sucede con aquellos sujetos, grupos o comunidades que tienen restringida su participación ocupacional? La pobreza, la desigualdad en el acceso a la educación, barreras sociales y arquitectónicas, discriminación y exclusión, son realidades que han sido develadas y que tenemos el deber de poner en tensión en nuestra práctica. La Terapia Ocupacional no es rehabilitar funciones, sino promover la inclusión social de las personas, poniendo en cuestión los escenarios en que la vida se construye.
Si bien en sus inicios en Chile la necesidad de terapeutas ocupacionales surge desde una lógica médica funcionalista, hoy debemos ampliar nuestra mirada, cuestionar nuestros discursos y promover los espacios comunitarios de participación social. Las transformaciones de nuestro país requieren de una práctica situada, sustentada en la dignidad humana, en el ejercicio de la ciudadanía, rechazando el racismo y discriminación que irrumpe en los espacios colectivos en que habitamos.