Por Mariela López Medrano
Periodista
La ONU ya adelantó que después de la crisis sanitaria del COVID-19, viene la crisis en salud mental. Y ya es un hecho que se palpa sin precedentes, porque si bien los trastornos mentales se están situando en cifras altísimas desde hace mucho tiempo atrás, ahora no tiene parangón.
Sólo para tener una idea, la Organización Panamericana de la Salud (OPS) indica que los trastornos mentales, neurológicos y por el consumo de sustancias representan el 10% de la carga mundial de morbimortalidad y el 30% de las enfermedades no mentales. Además afirman que alrededor de 1 de cada 5 niños, niñas y adolescentes es diagnosticado con un trastorno mental. Asimismo la OMS calcula que la depresión afecta a más de 300 millones de personas en el mundo.
La depresión es el resultado de interacciones complejas, entre factores sociales, psicológicos y biológicos. Por esta razón el COVID-19 va a venir a agudizar estos factores gatillantes, con consecuencias que dejarán una gran demanda de usuarios y escasez en recursos humanos y de financiamiento, para afrontar esta avalancha.
La pandemia repercute negativamente sobre la salud mental de las personas y en particular, sobre los grupos poblacionales más vulnerables. Según estudios, la incertidumbre asociada con esta enfermedad, más el efecto del distanciamiento social, el aislamiento y la cuarentena, pueden agravar la salud mental y que dicha situación, puede afectar al personal de la salud.
Por esta razón, las autoridades y los diversos estamentos del Estado, deben aunar fuerzas y recursos, para hacer frente a esta pandemia, que si no se enfrenta a tiempo, puede traer consecuencias nefastas incalculables.