Por Carlos Schneider Yañez
Odontólogo y Magíster en Gestión en Salud Universidad de Chile.
M.B.A. Tulane University (USA).
Los resultados de las elecciones del pasado 15 y 16 de mayo, han tratado de ser explicadas hasta el cansancio por expertos de múltiples raleas. Provocó terremotos, tsunamis y huracanes que arrastraron presidenciables, partidos, conglomerados, comentaristas, encuestas y certezas que parecían firmes e inamovibles, pero como castillos de humo se evaporaron para ser anécdotas de un mundo que ya no existe.
Irrumpieron los invisibles sin pedirle permiso a nadie, esos mismos que una y otra vez se abstenían en las votaciones o se plegaban al “sentir” de las mayorías, esas nobles cofradías que siempre interpretaban de muy buena manera lo que quería la gente. Esta vez se atrevieron a elegir entre múltiples ofertas, las que menos márquetin, parafernalia y sustento técnico tenían, pero que reflejaban ilusiones por decenios olvidadas, certezas que emergieron en el octubre de los 30 pesos, promesas que tenían sentido –mucho sentido-, tras vivir y padecer una pandemia.
No es un Chile diferente, ajeno y enajenado, no emergió nada de las catacumbas y cementerios como zombis de malas series de T.V., es la gente de siempre, los vecinos y vecinas de todos los barrios de un país ya conocido. No responden a ideologías caducas ni a gobiernos extranjeros, ni siquiera pertenecen en alma y cuerpo a los que campantes celebran un triunfo momentáneo, son ni más ni menos que los hombres, mujeres y jóvenes –llevando en andas a sus niños y niñas- que construirán la patria amplia, feminista, tolerante, inclusiva y profundamente humana, con apego a la tierra y el medioambiente, que debimos dejar nacer hace años.
No hay que temer a los cambios, el pueblo que nos heredó el mestizaje obligado de europeos y aborígenes, en unas tierras de temblores y tragedias, rodeadas como una isla por montañas, desiertos, océanos y glaciares, es un pueblo sabio y moderado. Lo que hasta ayer parecía inamovible, hoy se desvanece en el aire, pero lo que tendrá que nacer será mejor -sin duda alguna- si tiene raíces comunes para todos y todas. Confiemos en el talento de las mayorías, que no nació de la nada, sino que fue construido por nuestros abuelos y padres y será disfrutado por nuestros hijos.