Por Mario Opazo González
Académico carrera de Derecho
Universidad Santo Tomás Viña del Mar
El Primer Congreso Nacional de Chile fue inaugurado el 04 de julio de 1811, siendo uno de los más antiguos de América Latina. Fue convocado para decidir la mejor clase de gobierno para el Reino de Chile mientras durara el cautiverio del rey Fernando VII de España en manos de Napoleón Bonaparte. Sesionó desde el 04 de julio hasta el 02 de diciembre de ese año, cuando fue disuelto por un golpe de estado dado por José Miguel Carrera.
El día de la instalación salía una comitiva compuesta por los diputados, los vocales de la junta, del cabildo y del nuevo tribunal de justicia, junto a algunos militares, doctores de la universidad y vecinos, dirigiéndose a la Catedral, en medio de las tropas que resguardaban la seguridad de la jornada. Dentro de la iglesia, tras la celebración del Evangelio, subió al púlpito el padre Camilo Henríquez, quien pronunció el sermón patriótico de ese día. En su discurso, recordó la situación de España, el peligro de las colonias de ser sojuzgadas o caer en la anarquía si no se cuidaban de su defensa y si no se daban instituciones que fuesen garantía para todos y que hiciesen imposible el despotismo, defendiendo el derecho del pueblo chileno a darse la constitución que más convenga a su bienestar y progreso; para ello, argumentó:
Primero: Los principios de la religión Católica, relativos a la política, autorizan al Congreso Nacional para formarse una Constitución. Segundo: Existen, en la nación chilena, derechos en cuya virtud puede el cuerpo de sus representantes establecer una Constitución y dictar providencias que aseguren su libertad y felicidad. Tercero: Hay deberes recíprocos entre los individuos del Estado de Chile y los de su Congreso Nacional, sin cuya observancia no puede alcanzarse la libertad y felicidad pública. Los primeros están obligados a la obediencia; los segundos al amor de la patria, que inspira el acierto y todas las virtudes sociales.
¿Cuánto ha cambiado nuestro país desde ese entonces? Doscientos diez años han transcurrido desde esa instalación del Primer Congreso Nacional y podemos advertir que existen muchos aspectos que, al parecer, no han cambiado mucho.
Estamos ad portas de que la Convención Constitucional inicie la tarea de escribir una nueva Carta Fundamental que haya de regir el destino del país, con lo cual se repite la primera proposición de Camilo Henríquez: dotarse de una Constitución. En nuestro país se reconocen derechos, de manera que, nuestros representantes, al establecer una nueva Constitución, pueden dictar providencias que aseguren nuestra libertad y felicidad.
Reconocemos la existencia de deberes recíprocos entre el Estado y los ciudadanos; pero, ¿estamos tan conscientes de nuestros deberes? Quizás ese debiera ser el principal llamado de atención en esta oportunidad: no podemos progresar si no asumimos que ese progreso requiere del trabajo y compromiso conjunto de cada uno de nosotros.