En Chile, turbulento está el ambiente político y social por estos días. A semanas de las elecciones presidenciales, candidatos y votantes muchas veces se enfrentan y discuten, sin medir las consecuencias.
Y es que las palabras que expresan insultos, injurias, ofensas, calumnias se diferencian, por un lado, de aquellas que son blasfemias y, por otro, de aquellas que son garabatos y palabras malsonantes que no tienen la intención de dañar.
Así lo expresa el lingüista y académico de la Universidad de Playa Ancha (UPLA), doctor Juan Pablo Reyes, quien sostiene que todas ellas son un grupo muy abundante de recursos insidiosos dirigidos al sentimiento, a lo más frágil, a lo más vulnerable, a aquello que nos hace más manipulables.
“Estos agravios verbales expresan venganza, desahogo, placer y, también, nuestra identidad, la idiosincrasia, la picardía popular, para amenizar, carnavalizar la conversación entre amigos y/o familiares, quizás, de este espíritu surja la expresión tan nacional, ‘Viva Chile, mierda!’, que algunos sustituyen por ‘mi alma’, ‘miermosa patria’ o ‘miéchica’, para no ofender a nadie. Orgullosos de esto, incluso, enseñamos este tipo de palabras y expresiones a los inmigrantes”, dice el doctor Reyes.
En muchos casos, agrega que se utilizan vocablos y frases referidas a los órganos genitales y sus funciones sexuales (lo que se conoce como coprolalia). El ejemplo chileno más productivo, reflejo de nuestro machismo, tanto como el “sacar la madre”, es la palabra huevo y sus derivados sufijales, con amplios campos léxicos y semánticos. Pero, paradójicamente -dice el lingüista- ello es resultado del desconocimiento de vocablos y sus significados.
Comenta que, dentro de los más naturalizados y aceptados vilipendios, están los apodos que van desde alterar el nombre propio cómo José, Joselo o Gabriel, Gaybriel, hasta los referidos a diferencias físicas, intelectuales, sociales, de origen territorial, como ignorante, tonto, loco, extremista, terrorista, irresponsable, mentiroso, ladrón, provinciano.
“Estos baldones no son privativos de ninguna lengua, ni clase social, ni grupo étnico, ni de una u otra época en particular, pero si es más abundante en tiempos de polarización ideológica explicitados en debates con fines electorales. Ejemplos que están en la memoria chilena de largo y corto plazo, a saber, Camilo Escalona a Juan Antonio Gómez y Pamela Jiles respecto del presidente Sebastián Piñera, ambos episodios ocurridos el mismo día de las votaciones”, afirma el especialista, quien agrega que los insultos más hirientes, dentro del ambiente político, lo reciben mayoritariamente las mujeres, tal como lo denunciaron varias convencionales de distinta representación política.
Una última observación lingüística dice relación con que este tipo de palabras tiene un alto nivel de aceptación en las redes sociales y, por lo mismo, se emplean en la lengua escrita, lo que se puede entender como “prestigioso”. ¿Estaremos siendo afectados por el síndrome Rosa Espinoza?, se pregunta legítimamente el Dr. Juan Pablo Reyes, quien reitera que el lenguaje es vivo, dinámico y responde siempre a una cultura y contexto social histórico propio de un pueblo.