Por Viviana Donoso
Académica de la Carrera de Trabajo Social
UDLA Sede Viña del Mar
La crisis sociosanitaria producto del COVID-19 y sus consecuencias como el distanciamiento físico y las restricciones de movilidad, han significado que el flagelo de la violencia contra las mujeres se haya agravado. Las mujeres, adultas y niñas, se han visto obligadas a permanecer con sus agresores, impedidas al acceso expedito y oportuno a redes de apoyo para pedir ayuda.
Si bien conocemos las cifras de llamados de auxilio, que han aumentado en un 43,8% entre enero y septiembre de este año, aún no sabemos el real impacto que tendrá el incremento de la violencia contra las mujeres a largo plazo. Deterioro en el ingreso económico, autoestima, salud y estabilidad emocional y laboral, son solo algunas de las consecuencias que tendremos que enfrentar.
Aunque las organizaciones gubernamentales han instaurado canales de denuncia vía teléfono y WhatsApp, estas distan mucho de ofrecer una real solución a las mujeres que experimentan día a día lo que significa vivir con miedo. Por otra parte, hemos visto como los movimientos feministas han venido visibilizando, producto de la contingencia nacional, como por décadas se ha normalizado todo tipo de violencia contra las mujeres: física, psicológicas, sexual y económica.
La pregunta es ¿qué estamos haciendo los chilenos para acabar con esta vulneración a los derechos de las mujeres y niñas? El llamado es a no permanecer indiferentes, a salir de nuestra zona de confort e involucrarnos en terminar con la violencia machista que no solo afecta a las mujeres, sino a las familias y a la sociedad en su conjunto.