Por Carlos Schneider Yáñez
Odontólogo y Magíster en Gestión en Salud
Universidad de Chile.M.B.A. Tulane University (USA)
Pareciera que debemos leer estudios de afuera para darnos cuenta de nuestra catástrofe local. El impactante informe de la Escuela de Economía de París, nos dio una gran cachetada: “Chile suma 120 años de desigualdad extrema”. No es una nebulosa, no es un enjambre incierto ni una nube cegadora: la desigualdad es concreta y tiene cifras reales en Chile. Hablar de desigualdad en nuestro país significa globalmente como si nos dividiéramos en dos.
Pero, ¿cuán desiguales somos, dónde nos posicionamos a nivel mundial? El estudio mencionado es claro: la mitad de la población con menos recursos acumula una riqueza apenas sobre el 0%, mientras que el 1% más rico posee casi la mitad de ella. Somos uno de los países más desiguales en América Latina, con niveles comparables a los de Brasil. Y para tener un panorama más palpable, se indica que la mitad de la población más pobre acumula el 10%, mientras que el décimo más rico aglutina un 60%.
La verdad es que no hay conciencia ciudadana, porque estamos tan compartimentados y configurados en verdaderos guetos con un límite marcado entre barrios, donde no es raro que haya personas que no conozcan la comuna de Santiago centro, el área sur o que ciudadanos con menos recursos sólo acudan camino a la Cordillera para trabajar en las obras de construcción, como asesoras del hogar o de empleados en el retail.
Esto, traducido a la cruda realidad significa que las personas del 10% más pobre tienen menos esperanza de vida al nacer, que una persona con recursos. La educación está marcada por la segregación y la desigualdad en la calidad. Esto hace que la educación no se convierta en una posibilidad de salir de la pobreza, hasta puede perpetuarla y no se logra esa integración que sí se da en otros países. Y la pandemia vino a recrudecer aún más el panorama, creando brechas obscenas entre unos y otros.
Algunos se preguntan si existe realmente la tan mentada clase media que hace que vivamos ese espejismo de la no pobreza. La pandemia expuso a las familias y la retrató sin adornos ni colores. Los datos de la OECD son muy claros respecto a Chile: un 53% correría el riesgo de caer en la pobreza si tuviera que renunciar a 3 meses de sus ingresos.
Venir marcado por la cuna se hace insostenible, las consecuencias son nefastas e incalculables, sobre todo después de la aparición del COVID-19. Una caminata por la realidad puede alumbrar el paisaje y convertir las cifras en rostros, para avanzar con humanidad, sobre todo en épocas de elecciones y promesas.