Por José Ossandón
Periodista y director de La Región Hoy
Estamos pasando por un parto planetario y Chile no está fuera de este proceso; es más, nuestro país está en el quirófano con el cordón umbilical enrollado en el cuello a vista de los médicos que hacen todo lo posible por sacarlo del vientre de la madre patria y hamacarlo en los brazos para que pare de llorar.
El mundo no lo está pasando bien y la prensa, desde luego, se encarga de recordárnoslo todos los días, las 24 horas.
Tenemos a periodistas enviando despachos desde Kiev y fronteras ucranianas, con las bombas estallando y la gente corriendo despavorida, buscando un lugar seguro, inexistente, por cierto: nadie que tenga carne y hueso puede resistir la fuerza de las nuevas armas de guerra, estrenadas por los gobiernos de siempre.
Por estos días los medios de prensa afirman, con serena advertencia, que apareció una nueva cepa de la COVID-19: la Deltacrón. Que las vacunas no impedirán su contagio, tampoco que se caiga gravemente enfermo, aunque se tengan los esquemas completos de inoculación.
Mientras la humanidad pide que “nos saquemos las mascarillas” y que avancen en nuevos tratamientos para resistir la enfermedad del coronavirus, las farmacéuticas y la OMS, claro, afirman que debemos seguir vacunándonos, con los refuerzos necesarios, no obstante, la ciencia aclara que estos procedimientos de prevención siguen siendo una medida de emergencia, pues deben pasar varios años para conocer con certeza el éxito del Sinovac, de la Pfizer, Moderna, CanSino, entre otras marcas ya muy conocidas por la población.
En el norte de Chile siguen los aluviones de agua y de inmigrantes, en tanto que en el sur reciben a la ministra del Interior, Izkia Siches, a lo Pancho Villa. Cuando recién el gobierno de Gabriel Boric abría las ventanas de La Moneda para que ingrese nuevos aires a las oficinas de Palacio, en la Araucanía la ex presidente del Colegio Médico se guarnecía en un recinto policial previniendo un atentado: y eso que la médico solo iba a juntarse con los líderes mapuches para fumar la pipa de la paz o algo así.
En Valparaíso los estudiantes andan prendido, pero no por sus ganas de estudiar sino por estirar los brazos y golpearse entre ellos como si estuvieran en un “mosch” en pleno recital de banda punk o metalera (sí, se me cayó el carné).
Según un informe de la ONG “Bullying Sin Fronteras”, emitido esta semana, cuatro de diez alumnos de nuestro país confiesan haber sido violentado de alguna manera.
Y eso que no llevamos ni un mes del Año Escolar 2022.
Los chilenos andan a “patás con el cóndor” … No con el águila, hay que tener cuidado con las palabras, para no herir susceptibilidades en la Convención Constitucional, donde algunos de sus miembros temen que el proyecto que se presentará para el plebiscito de salida contenga un cambio en su escudo patrio, incluso les aterra la idea que ya no nos llamemos Chile, sino que… ¡Qué se yo!
Por las redes sociales se leen advertencias como “Estamos en el Armagedón”, “Nos vamos a morir”, “Jesús bajará en su caballo blanco” … Algunos twitteros, incluso, en un arrebato pseudocientífico, estiman que, a esta altura, de lo convulsionado que está el mundo, entre rumores de guerra, pestes, cuarentenas, terremotos y tsunamis, quizás el apocalipsis es la mejor opción.
Así estamos.
A patás con el cóndor.
Oremos, hermanos míos.
Aunque como diría el gran médico y director de cine porteño, Aldo Francia, “Ya no basta con rezar” (como se titula su gran obra fílmica). Debemos tomar al cóndor herido, entablillar sus alas y enderezarlo para que vuelva a mirarse con el huemul, su partner en el blasón nacional.
Aunque nos amenacen con las penas del infierno no debemos perder las esperanzas. Total, ¿cuándo el mundo no ha estado agitado dentro una coctelera?
¡Salud!
(Foto: AFP)