Por Juan Carlos Manríquez
Abogado
Vecino de Santiago y de Valparaíso
La pandemia y los procesos sociales han atacado y degradado sin tregua la vida de millones de personas en todo el mundo. Chile no ha sido la excepción, y una de las víctimas principales siguen siendo los centros históricos de las ciudades más importantes del país. Santiago y Valparaíso, a pesar de su innegable relevancia cultural y política, son el emblema de la desidia culposa y del éxodo forzado por la inacción.
Los principales edificios públicos y las más relevantes construcciones privadas están cerradas al público, tapiadas hace casi tres años, rayadas y pintarrajeadas, como sufrientes indefensos y habitadas por muy pocas personas que aún tenemos la voluntad de creer que esta situación será superada y que primarán en algún futuro próximo el respeto, el orden, la disciplina y el propio aprecio por un trabajo y un entorno digno.
Es posible. La recuperación de la Bolsa de Valores porteña hecha por la UTFSM y la reapertura tímida de la vida cultural en el centro de la Capital son ejemplos para imitar y reforzar.
Parece que ya es tiempo que los Jueces vuelvan a sus Tribunales y rehabiten el espacio público magnífico que pueden ser las Cortes; los Ministros del Gobierno, sus equipos y asesores copen sus edificios y los ejecutivos de los bancos y oficinas vuelvan a sus puestos de trabajo y dejen entrar la luz perdiendo el miedo y ceder el espacio de las calles aledañas por la seguridad anticovid. Si los líderes de un Estado abandonan esos espacios los gobernados se sienten en desamparo y la barbarie puede copar aún más y a cada momento la institucionalidad vacía, que no son las construcciones que las albergan, sino las autoridades que frente al país trabajan dentro de ellas y así las dignifican.
Hay que volver a los edificios que son el lugar natural de las instituciones, recuperar su entorno, ya casi todos nosotros con las cuatro vacunas, incluso en modelos híbridos, haciendo lo mejor que podamos en beneficio del país.
Si a uno lo ven en su lugar natural de trabajo otros harán lo mismo, y quienes así obren con responsabilidad y entrega, además de dar transparencia a sus acciones, podrán exigir que de una vez por todas los demás salgan de su pasividad o de su compasión inexplicable ante el deterioro y la indignidad que es claudicar por la comodidad, el miedo o la ventaja menor.