Por José Ossandón
Cuando alguien mata a una ballena no solo liquida al balénido, sino que a todo el microsistema o microfauna que la sigue y que se alimenta de ella aprovechándose de su potente presencia: las rémoras, los peces lechones y cuánto ser viviente que se aprovecha de su enorme lomo para subsistir espectralmente.
La ballena no avanza sola por el océano, pues un mundo complejo la acompaña —y apaña— como diminutos Salieri que intentan de imitar el canto del cetáceo que con su tremenda boca va arrasando con todo a su paso, terminado su jornada con el estómago lleno.
El estallido social de octubre de 2019 partió como un montón de tiburones blancos que aterrorizó el mar tranquilo te baña para dejar el camino libre a la ballena, a la enorme ballena del Chile desencantado que pesadamente avanzó por las calles de las principales ciudades del país; esa marcha de todos colores que exigía cambios por una nación más justa y digna. Qué linda se veía esa enorme ballena pasando por las alamedas.
Esa ballena llevaba en la punta de su hocico banderas que no tenían nada que ver con los partidos políticos tradicionales. Entre sus dientes se lograba divisar carteles y pancartas con leyendas como “No más AFP”, “Fuera Piñera”, “Nueva Constitución”, “No les creemos a los políticos”.
Todos aplaudían el paso de esta ballena. Todos queríamos subirnos al lomo de la ballena. Pero cuando este balénido se perdía en la altamar de las manifestaciones pacífica y democráticamente necesarias, las rémoras quedaban atrás dejando destrucción y violencia.
Después del Estallido Social las marchas fueron sucesivas y aplaudidas. Sin embargo, con el paso del tiempo fuimos entendiendo que después del paso de esta ballena, la microfauna que la acompañaba, oculta en su generoso lomo se desprendía, se alejaba de su huésped para destruir y crear caos, quizás fastidiada de ser siempre invisible ante la majestuosidad de este cetáceo social.
Hoy una nueva ballena se abre paso por nuestro país. Uno de color cobrizo. Codelco Ventanas es una ballena, que de tanto comer quedó ahíta y desparramada de tanto alimentarse, varada en la bahía de Quintero. Hace tiempo que vive ahí, sin ganas de recorrer los mares porque Chile le dio un espacio donde regocijarse. Esta ballena engordó tanto que de otros océanos llegaron rémoras y otras faunas con evidentes ganas de perpetuarse en el cuerpo enorme del animal.
Ahora quieren matar a la ballena cobriza. Cual Moby Dick está a la merced de sus cazadores que después de maravillarse con su mayestática presencia deciden trozarla como un pedazo de carne, dejando los huesos a los jotes.
Pero esta ballena no está sola. Sobreviven sus rémoras, su microfauna, su microsistema. Antes de matar a una ballena, de tomar la decisión de destruir un ser vivo, debe considerarse los pequeños sistemas que la habitan.
No existe nada en este mundo que no dependa de algo o de alguien.