Por Rodrigo Vera Angulo
Académico Terapia Ocupacional, U. Andrés Bello, Sede Concepción
Si bien la migración es reconocida como un derecho humano universal, en muchos casos esta población ha sufrido innumerables episodios de violencia, con limitado ejercicio de sus derechos fundamentales. Por eso es necesario comprender este problema social desde su inicio, viendo al sujeto migrante como una trayectoria, un recorrido, un camino y una historia territorial.
Para ello, situamos a la migración como un fenómeno denominado dislocación ocupacional, entendido como un desplazamiento forzado de personas desde un territorio con importancia para ellas desde lo simbólico, cultural, histórico y económico. Esto restringe su participación en actividades significativas y territoriales, con consecuencias para su identidad, cultura y bienestar.
En este sentido la dislocación ocupacional es en sí misma una injusticia social, donde personas y grupos son trasladados a la fuerza, por motivos externos a sus decisiones, lo que produce desarraigo y pérdida de vínculos simbólicos con sus historias colectivas.
Los migrantes desplazados sufren cambios en su vida cotidiana, perdiendo poder y autonomía, transformándose en grupos excluidos, y expuestos a convivir con la violencia social.
Si queremos avanzar hacia una sociedad más justa en términos ocupacionales, debemos mirar el trato social que se les entrega, desde las comunidades y políticas de Estado, favoreciendo su autodeterminación, respetando su identidad cultural, colaborando en su colectivización e invitándolos a apropiarse simbólicamente de sus nuevos territorios.
Solo de esta manera, podremos ir resolviendo los cambios sociales que estamos viviendo, aprendiendo del Otro, en un encuentro con la diferencia.