Portar el nombre de la Universidad de Chile es llevar en la espalda una herencia de más de un siglo de la institución más importante en la historia de la República. La casa de estudios más relevante de la nación, donde se han formado la mayor parte de los Presidente y Presidenta de Chile, el lugar donde se forjaron la mayor cantidad de Premios Nacionales en todas las disciplinas, el faro, el motor y la promoción de eso que llamamos República. Ser egresado de la Universidad de Chile no es sólo portar un cartón y un escudo. Es comprender que la misión de un y una profesional no se queda sólo en los trabajos de turno. Estudiar en la Casa de Bello es comprender que somos parte de un engranaje donde todos y todas caben, es remar hacia el horizonte, es construir un país y una nación.
No cualquier equipo se puede llamar Universidad de Chile. Y no cualquier persona o grupo pueden estar a cargo de un equipo que lleva ese nombre, esa insignia, ese escudo, esa historia.
La semana pasada el sitio de investigación Ciper volvió a publicar un reportaje que remece y que cuestiona la relación entre los máximos accionistas de Azul Azul con los dueños de otras instituciones. El reportaje desliza una verdad que golpea el rostro del fútbol chileno de manera transversal: los actores que dominan la banca, la política, la salud, la educación, las autopistas, la vida y la muerte, son los mismos que conducen el negocio del fútbol. ¿Es legal? Lo es. ¿Todo lo legal es lícito? Bien sabemos que no. Una vez más la codicia sin freno nos muestra la peor cara. No basta con actuar bajo el paragua de la ley. Ser dueño, presidente, funcionario de una institución que se llama Universidad de Chile requiere y exige total transparencia, no desmentidos día por medio para una situación que se cae a pedazos.
Reducir lo que ocurre con la U a lo exhibido en la cancha es un análisis demasiado estrecho. Si Universidad de Chile tuviera una campaña extraordinaria, por ejemplo, no sería una traba para explorar cómo los controladores parecieran dictar una cátedra para tomar malas decisiones. Suena perturbador y sospechoso cómo empresarios destacados en la comarca, con un poder económico importante, personas que suelen tomar impecables decisiones en sus negocios particulares, se equivocan una y mil veces a la hora de asumir determinaciones en el equipo de fútbol. Si en sus negocios particulares tuvieran un rendimiento como el que exhiben en el club, estarían al borde de la bancarrota. La pregunta surge espontánea, de Perogrullo. ¿Por qué se equivocan tanto en el fútbol? Surge otra interrogante inmediata. ¿Por qué siguen empecinados en controlar el fútbol si lo hacen mal todos los meses, todas las semanas, todos los días, si además pierden plata?
¿Por qué?
Cualquier hipótesis de respuesta nos traslada a un espacio de cálculos siniestros, de puzles enmarañados, donde la especulación manda y la pelota no se ve ni de cerca.
No se trata de que los mandamases sean hinchas o cercanos a la Universidad de Chile. Los dueños del Manchester City no eran aficionados desde chicos del equipo Ciudadano. Pero asumen el control de un club por país, no de cinco o seis, no contratan futbolistas de un solo representante, no negocian con un solo equipo, menos con uno que deportivamente descendió. La Universidad de Chile se empecina en negociar sólo con Huachipato. De allí llegaron Ignacio Tapia e Israel Poblete, de Huachipato es el arquero Martín Parra, ahí se fue a jugar a préstamo Marcelo Cañete, justo cuando se cuestiona los vínculos entre los dueños y controladores de la U y el cuadro de la usina. ¿Es ilegal? No. Es extraño. Fresco. Patudo. Sospechoso. Casi irrisorio. Pero legal.
La situación no es comparable, pero a finales de los 80 y comienzos de los 90, con otra estructura, el equipo de fútbol de la Universidad de Chile estaba quebrado, con traumático descenso incluido. Y la casa de estudios decidió tomar cartas en el asunto. Porque el equipo de fútbol llevaba su nombre. Así llegó René Orozco, destacado nefrólogo, a la cabeza del club. Cometió errores Orozco, tuvo múltiples yerros, pero al menos sabías quien conducía la institución y no buscaban coartadas en fondos de inversión misteriosos para ocultar quienes son los verdaderos dueños.
Bajo la estructura actual, nadie puede sacar a los dueños de una institución hasta que ellos quieren irse, vender, alejarse del proyecto. De otro modo, aunque cometan insistentemente todos los errores posibles, no hay manera de moverlos. No hay debate interno real. No hay contrapeso. No hay democracia. Y a muchos de ellos nunca les ha gustado la democracia (pruebas a la vista).
Es hora que la Universidad de Chile, la casa de estudios, la Casa de Bello, la institución más importante de la República, tome cartas en el asunto. No puede seguir mirando con distancia cómo su nombre se presta para especular, triangular, negociar y convertirlo en apenas un eslabón en el engranaje del poder y para bajarle el precio a las acciones.
Columna de opinión cedida por el diario deportivo digital AS.