Por John Ewer, cronobiólogo, Universidad de Valparaíso; y Luis Larrondo, cronobiólogo de la PUC
La semana pasada nos enteramos que el Gobierno de Chile decidió agendar nuevamente un cambio de hora, con el cual pasaremos al llamado “horario de verano”.
Esta noticia nos desconcertó y, por qué no decirlo, nos decepcionó. Como el decreto que rige el horario de Chile continental (excluyendo la Región de Magallanes) había vencido, esperábamos que el comité interministerial, que fue formado para estudiar la materia del horario de Chile, tomara una decisión sobre la base de la evidencia (lo prometido), evidencia que establece sin ambigüedad que la mejor decisión sería mantener de manera permanente el horario actual, llamado “de invierno”.
En vez de ello, el 10 de septiembre se adelantarán nuevamente los relojes en una hora.
Este cambio impacta de manera negativa la salud y el desempeño de chilenas y chilenos. El primer impacto es agudo: los primeros días después del cambio de hora tendremos que levantarnos más temprano que la semana anterior, cambio que más de veinte años de registros hospitalarios de diversos países han mostrado que causan un aumento agudo en el número de infartos y de accidentes.
El segundo impacto es sostenido: el inicio del día para nuestro cuerpo está regido por un reloj biológico cuyo horario está determinado por la hora en que se levanta el sol, simplemente porque esta es la fuente de luz más fuerte a la cual estamos expuestos.
Luego del cambio de hora el sol se levantará una hora más tarde según la nueva hora oficial, por lo que ceñirnos a este horario impuesto requerirá levantarnos desfasados una hora respecto al horario “celestial” dado por la salida del sol, hecho que notaremos claramente cuando el lunes 12 de septiembre nos levantemos en penumbras y con la mente menos alerta, aumentando con ello el riesgo de accidentes e impactando negativamente nuestro desempeño.
Además, al extender la cantidad de luz hacia el final del día atrasamos la hora en que nos dormimos, aumentando el crónico déficit de sueño que ya sufrimos los chilenos. Lo peor es que los más afectados serán niños y adolescentes: debido a su edad se despiertan naturalmente más tarde que los adultos.
Así, esta medida degradará especialmente el aprendizaje y el desempeño de Chile en el futuro.
Es importante señalar que este es un impacto sostenido, que disminuye no porque nos acostumbremos al nuevo régimen horario sino simplemente porque el sol se levanta cada día más temprano a medida que avanza la primavera.
Comprendemos que un Gobierno debe muchas veces tomar decisiones complejas, que deben considerar los factores en pro y en contra de las diferentes opciones.
Sin embargo, en este caso toda la evidencia indica que la mejor opción es no cambiar la hora y mantener de manera permanente el llamado “horario de invierno”.
Con dicho horario despertaremos (biológicamente) más temprano y nos dormiremos también más temprano.
Así estaremos más despiertos durante el día por lo que tendremos mejor desempeño y menos accidentes, y reduciremos nuestro déficit de sueño. De manera importante, ya no existen factores que le hagan contrapeso a esta decisión.
El argumento que siempre se menciona es el ahorro energético, sin embargo, tal ahorro es marginal: ello es cierto en muchos países y lo es también en Chile, como lo demostró el estudio realizado por la PNUD luego que Máximo Pacheco, ministro de Energía de la época, mantuviera el horario de verano de manera permanente en el año 2015.
También se cita el efecto del horario de invierno sobre la delincuencia, pero los reportes ahí tampoco son consistentes.
La decisión del Gobierno de volver a cambiar la hora posterga nuevamente en al menos un año la oportunidad de tomar la decisión correcta, una que mejoraría la salud y el desempeño de todas y todos los chilenos.
Esperamos que llegando la primavera de 2023 el comité interministerial sopese los argumentos biológicos y esta vez realmente decida sobre la base de la evidencia mantener el horario de invierno de forma permanente.