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Suntuosidad, solemnidad, pompa. Nada ha faltado este lunes en Londres para dar el último adiós a Isabel II en una ceremonia propia de otra época, que pasará a los anales la historia como uno de los mayores funerales de todos los tiempos. En una jornada marcada por el sol y declarada festiva por el nuevo monarca, los británicos han atestado calles y plazas para despedir a la soberana, la única conocida por buena parte de sus súbditos tras más de 70 años en el trono. Unas celebraciones sin precedentes para una reina única.
Las celebraciones comenzaban a primera hora de la mañana con el cierre de la capilla ardiente en el palacio de Westminster, por el que han desfilado desde el miércoles centenares de miles de ciudadanos para consignar un póstumo saludo a su majestad. Poco después, empezaba la llegada a la abadía vecina de los primeros invitados al funeral, entre los que se contaban los reyes de España, Felipe VI y Letizia, y los eméritos, Juan Carlos y Sofía, junto a algunos de los principales líderes mundiales, como el presidente de Estados Unidos, Joe Biden.
La Abadía de Westminster, mudo testigo de la boda de la reina con el duque Felipe de Edimburgo en 1947 y de su inesperada coronación en 1953, ha servido de escenario este lunes al último hito de la vida de Isabel II. En uno de los templos de monarcas británicos, la soberana ha recibido unas exequias reservadas a los grandes personajes de la historia ante 2.000 invitados, entre los que se encontraban unos 500 jefes de Estado y otros mandatarios, y cuya audiencia se preveía en 4.100 millones de espectadores, según los expertos.
Durante la ceremonia —oficiada por el deán de Westminster, David Hoyle—, la nueva primera ministra de Reino Unido, Liz Truss, procedió a la lectura de un pasaje del Evangelio de san Juan y, tras ella, el arzobispo de Canterbury, Justin Welby, y pronunció un sermón donde destacaba la vocación de servicio de Isabel II. El responso ha concluido de manera solemne con la interpretación, por parte del gaitero real, del lamento ‘Sleep, dearie, sleep’, después de que la congregación haya entonado el himno nacional y se hayan guardado dos minutos de silencio en el país.
Tras la conclusión del funeral de Estado, el féretro con los restos de su majestad ha comenzado su último viaje acompañado por un majestuoso cortejo fúnebre, con el castillo de Windsor como destino. Se trata de treinta y cinco kilómetros de recorrido que han permitido al ataúd real desfilar ante miles de personas congregadas en los márgenes del caminopara dedicar el adiós definitivo a la monarca. No obstante, no solo al borde la carretera han querido los británicos despedir a su reina, y han acudido a cines y parques para contemplar el desfile en las pantallas gigantes instaladas para la ocasión.
Este trayecto ha permitido a la jefa de Estado recorrer una vez más las calles de su pueblo antes de llegar a su morada de Windsor, su hogar, en el que pasó los últimos años de vida de su esposo durante la pandemia de COVID-19. Al llegar, el cortejo recorrió los cinco kilómetros del Long Walk, la característica avenida arbolada que desemboca en el castillo. Allí la esperaban la familia real británica e incluso sus perros corgies para acceder a la capilla de San Jorge y asistir a una ceremonia religiosa más íntima, con 800 invitados.
Su majestad reposará para siempre en la capilla con su esposo, sus padres y su hermana, tras un funeral privado, al que asistirán miembros de la familia real. Los restos de Isabel II descansarán en la capilla en una sepultura con una losa de mármol con el grabado «Elizabeth II 1926-2022», para recordar sus 96 años de vida, sus 70 de reinado y su legado a la eternidad.