Siendo domingo 4 de febrero, el día después de dos en que el fuego arreció con grandes extensiones urbanas de Viña del Mar y Quilpué, me permito articular un par de ideas como mero observador de los acontecimientos.
Luego de una caminata por Miraflores Bajo, Canal Beagle, Villa Dulce, el Olivar, Independencia, Miraflores Alto y el Sporting, es evidente que las vías estructurantes de el Troncal y el Camino internacional fueron sobrepasadas en su capacidad ante el alto flujo de vehículos particulares que buscaban llegar con ayuda a las zonas más afectadas o a sus destinos en sectores periféricos de la ciudad. En ambas arterias, la circulación se hacía a ratos nula o muy lenta. Dada la gran extensión afectada, presumo que el personal de carabineros de tránsito se hizo escaso para los controles de tráfico, lo que dio pie a que, en algunas intersecciones, fueran grupos de vecinos quienes improvisaran el control de tránsito.
El apoyo espontáneo de residentes, familiares y voluntarios movilizados a pie se hizo evidente en las zonas cercanas a las vías estructurantes, pero más escasa lejos de ellas, sobre todo en sectores colindantes a quebradas de topografía compleja cuyo acceso era dificultoso. Los escombros -principalmente latas no combustionadas y almacenadas en las veredas o sobre las calles- dificultaban la circulación vehicular donde ella era posible. El acceso vehicular se hizo más lento aun por la presencia de vehículos que lograron acceder con ayuda, pero a falta de espacio, utilizaban la calzada en forma parcial. En el ánimo de limpiar los terrenos rápidamente, se veía gente moviendo balones de gas quemados, circulando bajo líneas de alta tensión, o transitando cerca de tuberías de abastecimiento de gas -asumo inutilizadas luego del incendio-, sin asistencia alguna de especialistas.
El apoyo institucional pareció insuficiente, siendo escasa la presencia de las policías, empresas de servicios o funcionarios municipales que, asumo, fueron superados por la extensión de las zonas urbanas afectadas. Así las cosas, la distribución de la ayuda por parte de miles de individuos, incontables organizaciones y la Defensa Civil, entre otros, se desarrolló con escasa planificación, siendo abundante en sectores de fácil acceso y escasa en sectores lejanos.
En términos positivos, me permito destacar la masiva afluencia de bomberos de diversos puntos del país que, operando con su base en el Sporting Club, distribuían sus carros en función de la demanda, descansando a ratos a la intemperie y con el apoyo de voluntarios que aportaba raciones de agua y alimento. Y también destaco el hecho de que el Sporting haya liberado la circulación vehicular durante y después del incendio, aliviando el flujo por las vías complementarias como Lusitania, 1 norte o calle Álvarez.
Por otra parte, creo que el adelantar el toque de queda a las 18:00 pareció una medida ineficiente, toda vez que fue avisada con pocas horas de anticipación y considerando además que la salida de las zonas afectadas a pie o en vehículo pudo tomar un par de horas. De hecho, al inicio del toque de queda había tacos en el Camino Internacional, en el Empalme de Av. Eduardo Frei, Miraflores Alto, en la Subida Padre Hurtado y en otras vías troncales. No pude identificar funcionarios desviando el tránsito hacia las zonas altas de la cuidad y, de lo visto en los despachos periodísticos, los controles habrían entrado en vigor más tarde.
Finalmente, aporto un par de reflexiones desde áreas de mi experticia. El avance del fuego y sus consecuencias en terreno son poco predecibles con las herramientas de pronóstico actuales, sean ellas modelos matemáticos, instrumentos meteorológicos o sistemas de alerta temprana basados en los dos primeros. Ello se debe a la naturaleza turbulenta e impredecible del flujo, a la topografía donde este se desarrolla y a la heterogeneidad de los usos de suelo, entre otros factores.
A ello se suma el hecho de que el cambio climático se manifestará en un incremento gradual de las temperaturas medias y una reducción en las precipitaciones medias en la zona central de Chile; y es altamente probable que ambos factores redunden en el incremento de la frecuencia e intensidad de eventos meteorológicos extremos como los del 2 y 3 de febrero. Así, aun cuando, mediante estudios de amenaza, exposición y vulnerabilidad, es posible tener una idea de la susceptibilidad de territorio a ser afectado por un incendio, los estudios actuales se desarrollan a una escala urbana, llegando a veces de manera voluntarista a una escala de manzana censal. La incertidumbre de dichos estudios es incluso mayor a los de riesgo de inundación fluvial o por tsunami, en los cuales la zona inundable está relativamente acotada. Está en el complejo dominio de la planificación territorial el desafío de develar cómo nuestras ciudades responderán a futuro y hacerlas menos vulnerables ante los incendios.
En síntesis, esta descripción no es ni por lejos una visión acabada de la respuesta a la emergencia, la que por cierto manejan las autoridades del Ministerio del Interior, SENAPRED y los municipios, entre otros. Sin embargo, me quedo con la sensación de que esta tragedia excedió largamente todas las capacidades de planificación institucional y que esta historia está lejos de dejar de repetirse en un futuro cercano.