En primer lugar, lamento profundamente el fallecimiento de la trabajadora y su familia, que entregó un doloroso saldo de 4 pérdidas en esta tragedia. Asimismo, también manifiesto mi pesar por la pérdida ambiental y patrimonial que, para quienes vivimos en la región, nos entregaba un relato histórico que era vínculo con nuestra identidad regional.
Las visitas obligatorias en cuarto básico de los colegios locales nos conectaba con un legado de conocimiento y admiración por la naturaleza. Ahora, ese legado se ve amenazado, y su desaparición resuena como un silencioso lamento en la memoria colectiva de quienes alguna vez pasearon entre sus senderos.
Me llega una conmovedora historia compartida por una mujer, cuyo tío abuelo, Pascual Baburizza, contribuyó de manera significativa a la creación de este santuario verde. Hoy, ese mismo espacio que lleva su impronta histórica se desvanece ante nuestros ojos, y es imposible no sentir una profunda tristeza.
“Les cuento que el Jardín Botánico se hizo con mucho amor, cariño a la patria adoptada, y en búsqueda de demostrar las bondades del salitre aplicado a causas para tiempos de paz, la agricultura. Era toda una innovación.
Se trajo de París a Henri Dubois, quien diseñó el Parque O’Higgins, el Forestal, El parque Cousiño, El Parque Isidora Cousiño de Lota, los Jardines de la quinta normal, y el Santa Lucía, entre otras obras. Eran tiempos del nacimiento de grandes fortunas de empresarios en la minería, y la industria.
El filántropo que hizo el parque, ya sabía que los alemanes trabajaban en fabricar el salitre sintético, para usar como ingrediente en la fabricación de la pólvora. El salitre solo se usaba con fines bélicos. Mientras, experimentalmente, en Chile, don PB lo aplica a pastizales, con gran éxito. Luego en la agricultura, desarrollando praderas para el ganado en la zona de Rupanco, Chillán, San Felipe, Los Andes y Valle del Huasco y Mendoza, en sus extensos campos que abastecían de carne al país. Y la agricultura prende en esas zonas.
Probada esas bondades, se hace un lindo jardín estilo francés, con lagunas, odeón, y muestra de plantas de todo Chile, creando la Quinta de El Olivar, Viña, para descanso y deleite de familia y amigos.
También transporta salitre, en barco, con destino a Yugoeslavia de entonces, Croacia hoy. Y en la isla de Kolocep (o Kalamota, en dialecto) de donde venía Pascual Baburizza, filántropo, y tío abuelo de mi mamá, manda a construir el muelle en piedra, en honor a su padre, así como el muelle de Antofagasta, y otro, en Nueva York.
En los requeríos de la isla de Kolocep hace un paisajismo de bosques de pinos marítimos, que son de la zona mediterránea, y robles, para refundar los bosques de robles que había en toda la zona balcánica, y que depredaron las guerras y la construcción de Venecia, sobre pilotes de roble pellín.
En Kolocep se recuperan plantas nativas, un homenaje más a sus propios padres, y familia. Es la tercera isla frente a Dubrovnik, pero no se ve del continente, porque la tapan las dos islas de adelante. Al morir, su legado, para agradecer a la patria que lo vio desarrollarse, deja obras en Hospitales, Cultura, Funda el Museo de Bellas Artes de Valparaíso, construye el hotel Carrera, para alojar dignamente a los extranjeros y visitantes, políticos, que venían por negocios al país. Funda la Escuela Agrícola Pascual Baburizza en Los Andes, Banco de Sangre en el Hospital Van Buren, de Valparaíso, y muchísimas otras, para dotar al país de infraestructura en salud, ciencia, comercio, educación, esparcimiento, etc. Él vivía en el Cerro Alegre, caserón que tenía un lindo y enorme Jardín. Recorta su jardín para darle a la ciudad de Valparaíso un lugar para disfrutar de esa linda vista al puerto, lugar en el que viví los años nuevos más lindos de mi vida. Y así nació el Paseo Yugoeslavo, frente al Museo.
Y su parcela en el Olivar, con ese lindo y centenario parque la donó a la Municipalidad de Viña, lugar de esparcimiento, con un jardín romántico francés, donde fui mil veces con mis hermanos y primos, a andar en bici, de picnic, a jugar a gozar, y escuchar las entretenidas historias familiares de mi mamá y sus padres, historias que se urdieron en las costas del Pacífico, como en las del Adriático.
De toda esa obra, hoy solo cenizas, nos habla de la vida, del nacimiento, desarrollo, madurez y luego, el deterioro que nos lleva a todos de vuelta a la tierra.
Esperando ese legado haya impactado favorablemente a todos aquellos que lo visitaron, haciendo familia, vivencias, poesía y sueños, pido que el Parque Salitre viva en la memoria, y nos inspire a hacer obras que impacten positivamente la vida de quienes lo disfrutamos, y nos sirva de ejemplo a compartir desinteresadamente con nuestro prójimo, tanto la belleza, como el ocaso, en un círculo virtuoso.
Espero poder inspirar positivamente a aquellos que hoy crean arte a costa del deterioro, como el que hoy sufre Valparaíso y tantos otros rincones de nuestro país.
Muchas veces nos preguntamos por donde partir para revertir la situación que vive nuestro país. La respuesta la he encontrado, hoy, con esta reflexión.
La educación permite soñar, y hacer cultura, por el bien común. Ese es el legado que llevamos en la sangre, solo nos falta tomar la decisión”.
Carlos Terán, abogado y comunicador.