La ocurrencia de estos siniestros es cada vez más habitual, sobre todo entre las regiones de Valparaíso y La Araucanía.
La acción u omisión humana son los principales factores en el inicio y la propagación de los incendios.
Lamentablemente, ya es parte del panorama de verano: cada año, durante los meses estivales, somos testigos de devastadores incendios forestales que no sólo arrasan con miles de hectáreas de bosque a su paso, sino que, como hemos podido apreciar en los últimos siniestros, destruyen asentamientos completos y son cada vez más mortíferos.
Sin ir más lejos, acabamos de ser testigos de uno de los incendios más dramáticos en la historia de nuestro país, en la Región de Valparaíso. El siniestro comenzó 2 de febrero en la Reserva Nacional Lago Peñuelas y consumió más de 43.000 hectáreas a su paso, ocasionando la pérdida de más de tres mil hogares en las comunas de Quilpué, Villa Alemana y Viña del Mar, principalmente, y provocando la muerte de 132 personas según las cifras que compartió la autoridad.
Para poder prevenirlos y combatirlos como es debido, resulta primordial entender en qué consisten estos fenómenos. Según la Corporación Nacional Forestal, Conaf, un incendio forestal es un fuego que -independiente de su origen y capacidad de daño a las personas o al medio ambiente- se propaga sin control en terrenos rurales, a través de vegetación leñosa, arbustiva o herbácea.
“Los últimos años, hemos visto como los incendios forestales se han incrementado dramáticamente en nuestro país, sobre todo en la Región de Valparaíso, con consecuencias cada vez más catastróficas. Cabe recordar que la ciudad de Valparaíso ya fue golpeada por un megaincendio en abril de 2014, evento que destruyó 2.900 viviendas y dejó 12.500 damnificados. Otra de las regiones sensibles es la de la Araucanía, que a la fecha se mantiene con varios focos activos y en combate”, declara Estefanía González, subdirectora de Campañas de Greenpeace Chile. En efecto, según la primera medición del Resumen Nacional de Ocurrencia y Daño Histórico Nacional de Incendios Forestales, elaborado por Conaf, que data de la temporada estival 1963-1964, en ese verano se registraron 435, con una superficie total afectada de 19.600 hectáreas, mientras que en la temporada 2022-2023 el número de siniestros subió a 6.982, con más de 429 mil hectáreas damnificadas en el país, cifra que se verá abultada cuando termine la temporada 2024.
La vocera de Greenpeace añade otra información crucial: de acuerdo a las investigaciones realizadas por Conaf, el 99,7% de los incendios se inicia por acción humana: ya sea por descuidos o negligencias en la manipulación de fuentes de calor, como por prácticas agrícolas o intencionalidad: “Diferentes estudios que han analizado el régimen de incendios en Chile señalan que la actividad humana y los cambios de uso de suelo están relacionados con la magnitud de los incendios, además de ser exacerbados por el cambio climático”, expresa. Sin ir más lejos, durante el último incendio de Valparaíso, los investigadores encontraron restos de bencina y acelerantes en el sector Las Tablas, en el Lago Peñuelas, sitio donde comenzó a propagarse el fuego.
En esa línea, Martín Jacques, académico de la Universidad de Concepción e investigador del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia CR2, explica que la ocurrencia de incendios forestales depende de una superposición de factores, donde destacan la presencia de tres factores: material combustible, el que depende del tipo de cobertura de suelo (por ejemplo, arbustos, pastizales o mulch, entre otros), y las características de éste, las que, en buena parte, son moduladas por el clima; la ignición, que como ya se mencionaba, en el caso chileno es casi completamente de origen humano, y las condiciones ambientales en que se desarrolla el evento, las que pueden estar propiciadas, por ejemplo, por eventos meteorológicos extremos, como las olas de calor o fuertes ráfagas de viento, cada vez más comunes debido al cambio climático.
Pero Jacques suma un matiz: “La intervención humana no es sólo relevante para su ocurrencia, sino que también es clave para su combate y supresión”. En efecto, existen diversas iniciativas que, desde la academia, los gobiernos locales y la sociedad civil, buscan generar modelos de resiliencia ambiental.
Un ejemplo de ello es la iniciativa desarrollada por el gobierno de Santiago con la asesoría de Fundación Chile y su proyecto Escenarios Hídricos 2030, llamada Maipo Resiliente, que trabaja en iniciativas que contribuyen a disminuir la temperatura, aumentar la humedad en el suelo y vegetación para, así, no sólo disminuir la brecha hídrica de la cuenca, sino también mitigar el riesgo de incendios.
El factor forestal
Según aclara Jacques, los incendios forestales se pueden analizar desde una perspectiva de riesgo que comprende amenazas, exposición y vulnerabilidad. En este sentido, el docente aclara que el calentamiento global modifica las amenazas: “Por ejemplo, a nivel climático, a través de la ocurrencia de sequías prolongadas, que alteran las condiciones de la vegetación, y, a nivel meteorológico, mediante una mayor frecuencia de eventos extremos de calor, baja humedad y viento intenso, que propagan el fuego. Por otro lado, el cambio climático también altera la exposición y la vulnerabilidad a incendios, en parte a través de interacciones entre el territorio y sus habitantes, mediadas por la movilidad y la migración, y la alteración en la capacidad de preparación y adaptación a estos eventos”.
El investigador del CR2 complementa que, en particular, se ha establecido que los paisajes de plantaciones forestales de especies únicas, pirófitas, uniformes en su diseño espacial, son particularmente propensos para la propagación del fuego, en contraposición con paisajes heterogéneos y biodiversos. “Estudios muestran que las plantaciones nativas tienen una mayor demanda y una menor disponibilidad hídrica. Obviamente, esto también reduce la capacidad de contención y supresión del fuego”, manifiesta el académico.
Por su parte, Estefanía González añade que un 50% de la superficie quemada producto de megaincendios en Chile en el periodo 1985-2018, estaba cubierta por plantaciones forestales, principalmente pinos y eucaliptos; un 20% de bosque nativo, 17% de matorral y un 8% de pastizal, se vieron también afectados.
“Los incendios son fenómenos muy complejos. Si queremos reducirlos, son clave dos elementos: prevenir su ocurrencia, por un lado, y la adopción de medidas que permitan disminuir sus impactos, por el otro. En un escenario de crisis climática que exacerba sus impactos por las olas de calor, la sequía prolongada, entre otros, debemos manejar el material combustible que está disponible y debemos diversificar el paisaje. Es urgente evitar los monocultivos, priorizar la protección de ecosistemas que mantienen los niveles de humedad e incorporar en serio el riesgo de incendios en los instrumentos de planificación territorial normativos”, declara González.
Jaques concuerda con esta mirada y asegura que el diseño sustentable del paisaje es fundamental: “Chile no puede permitirse que el desarrollo territorial quede determinado por intereses del poder económico, menos aún en un nuevo régimen de incendios mediado por el cambio climático. El modelo forestal tal como existe actualmente es inviable. Se debe propender más enérgicamente a la conservación y restauración de bosques nativos”, sentencia.
Para el académico, junto a lo anterior se deben redoblar los esfuerzos orientados a la prevención. “Aquí son importantes los pronósticos tempranos de condiciones meteorológicas extremas, pero también la educación y la concientización acerca de acciones humanas de alto riesgo que puedan desencadenar ignición, particularmente en zonas de interfaz urbano-rural”.
La subdirectora de Campañas de Greenpeace, en tanto, agrega que son precisamente estas áreas -zonas donde habitan poblaciones humanas junto a ecosistemas vegetales- las que enfrentan un mayor riesgo. De hecho, de acuerdo a un estudio elaborado por Sarricolea en 2020, tres millones de personas viven en este tipo de zonas potencialmente inflamables en Chile Central.
“Esto pone de manifiesto la urgencia con la que se debe repensar la planificación territorial en nuestro país, para así lograr integrar la gestión de reducción de riesgo de desastre, la protección de biodiversidad y una nueva normativa que ponga freno al monocultivo de especies altamente combustibles”, alerta González. Junto a ello, para la vocera de Greenpeace es relevante avanzar en un sistema educativo integral, para “al menos, eliminar el componente intencional en la ocurrencia de incendios, así como una regulación estricta y que, de una vez por todas, desincentive el uso del fuego para cambiar el uso del suelo”, concluye.