La ética como la medicina, son actualmente disciplinas que tienen sus orígenes en los albores mismo del ser humano, las que, en el transcurso del desarrollo de la humanidad, en algunas ocasiones han ido de la mano y, en otras, han tomado caminos diferentes debido a las circunstancias políticas económicas y religiosas que han sido dominantes en determinados períodos de la historia.
Existen dos reconocidos exponentes, uno en cada una de estas disciplinas; por una parte tenemos a Sócrates que es considerado el padre de la ética, cuya vida fue un modelo de actuar ético en base a principios tendientes a la búsqueda del bien común, amparado en el concepto de la virtud, o sea lo que es bueno para cada persona; actuar que le trajo muchos enemigos -sofistas-, que lo acusaron de renegar en contra de los dioses y de pervertir a la juventud ateniense con sus argumentaciones.
Sus acusadores le ofrecen desdecirse de sus dichos y principios con el fin de salvar su vida; a lo cual Sócrates en una actitud fidedigna a lo que había sido su vida se niega rotundamente a ello, sabiendo de antemano que lo que le esperaba era la muerte en el momento en que se le declarase culpable; situación que aconteció en el instante mismo que voluntariamente decide beber la cicuta que le es entregada, lo que fue una actitud de máxima consecuencia ética.
Por la otra parte está Hipócrates de Cos, que fue contemporáneo de Sócrates y de Platón, al que la tradición occidental considera como el fundador o padre de la medicina y de la ética médica, cuya dimensión humana ha sido históricamente un ejemplo para todos los médicos posteriores a éste. De ahí viene el famoso Juramento de Hipócrates al que se comprometen los médicos en los inicios de su actividad laboral, juramento que no siempre se ha respetado en la práctica médica.
Es posible que Hipócrates haya podido ser influenciado por Sócrates y Platón, considerando que este tenía una marcada tendencia a considerar en el ámbito de la medicina, los que pudiesen ser los primeros atisbos de una consideración ética en la práctica de la medicina, en que se considera al enfermo como una persona desvalida y con derechos, al que se le debe proveer de toda la ayuda que sea posible para aliviar sus dolores, que aunque no sean sanados por completo, al menos le proporcionen una mejor calidad de vida, lo que no deja de ser revolucionario para la época.
Desde la Grecia clásica en adelante hasta llegar a los tiempos modernos, no obstante que el desarrollo tecnológico ha sido sorprendente en medicina, es comprobable que la interacción de ética y ciencia médica se ha ido deteriorando cada vez más. ¿Será esto producto del avasallador avance científico-tecnológico, que pudiese estar generando una pérdida del foco originario entregado por Hipócrates a la práctica médica? la que pareciera estar ensimismada en sus propias investigaciones y prácticas, perdiendo de vista que el objeto principal de la ciencia médica tiene que remitirse al bienestar físico y psíquico del ser humano desde un punto de vista bioético.
Teniendo en consideración lo expuesto anteriormente y trasladándonos en el tiempo a los hechos acontecidos en la II Guerra Mundial, se puede decir que este es un espacio negro y oscuro en la historia de la humanidad, en la cual se rompió por parte de la Alemania Nazi, con todas las consideraciones éticas que pudiesen haber existido antes de la guerra, donde en los campos de concentración se cometieron gravísimas violaciones a los derechos fundamentales y universales de los seres humanos; lugares en que muchos médicos obligados o no, realizaron investigaciones médicas e intervenciones en personas, sin que existiera un consentimiento por parte de estas, las que eran consideradas como verdaderos animales a las cuales se abusó sin límites hasta terminar muchas veces con su muerte; todo ello amparado en una investigación científico-médica, donde lo que parecía primar era “que el fin justifica los medios”, fin que se asocia a la creación de una raza superior que marcaría en adelante el rumbo de la humanidad; lo que afortunadamente no aconteció pues la Alemania Nazi perdió la Guerra.
¿Qué giro habría tomado la humanidad si Alemania hubiera ganado esta guerra? Esta es una pregunta que no es de fácil respuesta, pues como se estaban dando las cosas en el Tercer Reich, cualquier cosa se podía esperar, rayando prácticamente en una incontrolable película de ciencia ficción, marcada sin duda por la exacerbada búsqueda del poder, el hegemonismo planetario y un racismo brutal como el ocurrido con la persecución genocida del pueblo judío; además de la intervención experimental de la biología y genoma humano, en el afán de crear como ya se dijo una raza superior y perfecta desde un punto de vista psico-físico, que sirviera para llevar adelante un nuevo orden mundial.
Una vez terminada la II Guerra Mundial y en conocimiento de todas las atrocidades cometidas por los nazis, todas ellas comprobadas, se desencadenaron reactivamente una serie de instancias tendientes a mantener presente en la conciencia de los seres humanos, que hechos como estos deben ser sancionados con la mayor severidad y a la vez llegar al convencimiento de que justamente estos hechos deberían ser el indicador más notable que permitiera salvaguardar la paz entre las naciones, evitando su repetición a futuro.
Entre los instrumentos que se generaron con este fin, una vez finalizados los juicios de Nüremberg (1945-1946), tenemos el Código de Nüremberg (1947), la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948) la Declaración de Helsinki (1964), el Informe Belmont (1978) y las conocidas Guías o Pautas CIOMS (Consejo de Organizaciones Internacionales de las Ciencias Médicas) (1982-2002), que son un referente internacional, amparado en la Organización Mundial de la Salud (OMS), que ha servido para la implementación de normas nacionales o locales de conformidad con la realidad de cada país, especialmente de los países en vías de desarrollo, pautas que siempre están en revisión de conformidad con los avances científico-tecnológicos o de otro tipo que pudieran generar la necesidad de realizar cambios, modificaciones o actualizaciones de estas.
Cada uno de los instrumentos mencionados son de gran relevancia en el contexto histórico de que se ha hablado, los que, si bien tienen fechas diferentes en sus orígenes, no obsta para que todos estos tengan una relación consecuencial inapelable, pues una funda a la otra, y siempre que se genere un nuevo documento, declaración o norma, será obligatorio remitirse a todas las normas ya existentes, cuyos aportes se encuentran plenamente vigentes al día de hoy.
Conclusiones
Es de conocimiento general la importancia de todos estos instrumentos -internacionales y nacionales-, en el contexto de la lucha permanente por mantener un control sobre todas las investigaciones, ya sean científico-médicas, socioculturales o de otro tipo en las cuales participen personas, las que en algunos casos se constituyen en el sujeto-objeto de dichos proyectos de investigación o sea, en su razón de ser; motivo por el cual debe existir la extrema preocupación, porque los derechos fundamentales de estas personas de acuerdo a la Declaración de los Derechos Universales de los seres humanos (DUDH), y demás instrumentos creados para ello, sean protegidas a cabalidad.
Donde esto es más gravitante, es en las investigaciones de carácter biomédico, en que los individuos participantes deberán estar protegidos en forma integral por las normas internacionales, nacionales y locales existentes para ello, considerando además las leyes que cada país estime conveniente para cumplir con este gran objetivo de protección y así salvaguardar los derechos en salud y por ende la vida de estas personas.
Un ejemplo de los avances logrados en estas materias de orden ético, son los instrumentos ya mencionados que se generaron a partir de los Juicios de Nüremberg en adelante, hasta el presente con las Guías o Normas CIOMS, que se han convertido en las herramientas fundamentales para la generación de instrumentos nacionales y locales en los diferentes países, siendo uno de ellos los llamados Comités éticos-científicos (CEC), instancias encargadas de la evaluación de todo proyecto de investigación en que participen seres humanos, ya sean estos científico-médico o sociales, para lo cual los CEC deberán constatar que la entidad encargada de la investigación, de cumplimiento a todas las exigencias que son parte de los diferentes instrumentos de que ya hablamos, considerando la DUDH; de no ser así los CEC de conformidad con la facultad o potestad que se les ha conferido, pueden rechazarlos o en el caso de que cumplan aprobarlos, resolución que tendrá el carácter de inapelable.
No obstante la existencia de estas normas internacionales de control de las investigaciones en las que participen seres humanos; lamentablemente aún continúan realizándose experimentos éticamente reprobables en algunos países; lo que nos advierte que dichos malos funcionamientos no han sido una exclusividad de la Alemania nazi, lo que pone de manifiesto la necesidad de la «evidencia» y los procedimientos usados para obtenerla, lo que se puede alcanzar mediante los CEC, instancias creadas para ello, las que requieren de todo el apoyo del Estado, con el fin de que puedan realizar su tarea en forma independiente, autónoma y libre de todo conflicto de intereses.
Silvio Becerra Fuica, Profesor de Filosofía, Agente Multiplicador de Salud (formado en Gerópolis UV).