Este viernes 6 de diciembre a las 18:30, en la Sala Viña (Arlegui 683), se inaugurará la exposición «Las Madrigueras no son para los conejos azules» del pintor latinoamericano Edwin Rojas, coordinado en conjunto con el Municipio de Cuidados de Viña del Mar y la Fundación Tarquinia. En esta oportunidad nos acompañará musicalmente el maestro Esteban Espinoza, guitarrista con estudios en Chile y Cuba, que ha ganado diez premios nacionales e internacionales y realizado giras por Sudamérica, Centroamérica y Europa.
Edwin Rojas, nacido en Valparaíso en 1957, es un destacado artista visual chileno cuyas obras, marcadas por un estilo neofigurativo, evocan el realismo mágico literario. Con un lenguaje simbólico recurrente, utiliza elementos como aviones y mesas para representar el viaje, la convivencia y las relaciones humanas. Formado en la Universidad de Chile y con especializaciones en grabado y un magíster en artes en la Universidad de Playa Ancha, amplió su carrera internacional al completar una maestría en la Universidad Nacional Autónoma de México con una beca de la OEA y estudios en París.
Con más de 30 años de trayectoria, Rojas ha sido reconocido con numerosos premios, como el Segundo Premio en el Primer Concurso Nacional de Pintura del Alto Bío-Bío (2006) y menciones de honor en concursos nacionales. Actualmente es profesor y exdirector de la Facultad de Arte de la Universidad de Playa Ancha, consolidando su legado como un referente del arte contemporáneo chileno y latinoamericano.
¿Qué elementos de su herencia cultural se reflejan en tu arte?
Mi arte está impregnado de mi herencia cultural de manera sutil pero profunda. Me crié en Viña del Mar, rodeado del mar y los cerros. Vivía en una escala que parecía que llegaba al cielo. Más tarde me fui a Punta Arenas donde la naturaleza extrema y la soledad dejaron una marca imborrable en mi forma de trabajar. Es por esto que en mi obra uso elementos que conectan con lo local, pero siempre buscando que dialoguen con lo universal, como si cada pincelada intentara tender un puente entre cerros y ventisqueros.
¿Cómo ha influido México en su estilo y temática artística?
Mi permanencia en México y mi vida en Chile han moldeado una obra que habita en un espacio híbrido, donde ambas culturas se entrelazan. De Chile, llevo la conexión con el paisaje, la melancolía del sur, y una sensibilidad marcada por la historia y el entorno. De México, he integrado la intensidad de los colores, la riqueza simbólica y un acercamiento más visceral a la creación artística.
En mi obra, estas influencias no están separadas, sino que dialogan constantemente. Los cerros de Valparaíso y la cordillera se encuentran con los tonos vibrantes de los mercados mexicanos; la soledad de los ventisqueros del sur se enfrenta a la monumentalidad de los murales de Ciudad de México. Esta convivencia me ha llevado a explorar un lenguaje visual que no pertenece a un solo lugar, sino que busca crear un territorio propio, hecho de cruces, tensiones y resonancias compartidas.
¿Cómo definiría su estilo visual?
Mi estilo actual, si lo podemos llamar así, es el resultado de un cruce entre lo personal y lo cultural, un diálogo constante entre mis raíces chilenas y las influencias mexicanas que marcaron mi trayectoria. Es un lenguaje visual híbrido, donde conviven el rigor técnico del grabado y la libertad de la pintura, explorando el color, la textura y la composición como herramientas para narrar emociones, historias y tensiones.
Mi obra busca lo universal en lo cotidiano, donde los elementos figurativos se combinan con atmósferas abstractas, creando obras que invitan a la reflexión y al cuestionamiento. Más que buscar respuestas, mi arte plantea preguntas y habita en el espacio intermedio, ese lugar donde las fronteras entre lo interno y lo externo, lo local y lo global, se desdibujan.
En un artículo aparecido en Latin American Art Magazine, se describe mi obra como “un importante referente del realismo mágico latinoamericano” pero personalmente, considero mejor llamarlo: realismo simbólico.
¿Cuáles son sus principales inspiraciones?
Mis aspiraciones como artista son múltiples y en constante evolución. Quiero seguir creando obras que conecten con las personas en niveles profundos, invitándolas a reflexionar sobre su relación con el entorno, la memoria y la identidad. Aspiro a que mi trabajo trascienda lo personal y se convierta en un puente entre culturas, un espacio de diálogo y entendimiento.
También quiero contribuir al desarrollo del arte desde la docencia y la gestión cultural, apoyando a las nuevas generaciones de artistas para que encuentren su voz y construyan un camino sólido en este ámbito. Finalmente, sueño con llevar mi obra a nuevos territorios, tanto físicos como conceptuales, explorando formatos, técnicas y colaboraciones que enriquezcan mi práctica artística y la amplíen hacia horizontes más amplios.
¿Cuál es su proceso creativo?
Mi proceso creativo es tanto estructurado como intuitivo, un equilibrio entre la planificación y el dejarme llevar por lo inesperado. Comienza con la observación y la recolección de imágenes, ideas y emociones, ya sea a partir de experiencias personales, paisajes, o contextos culturales que me impactan. Suelo trabajar con bocetos o pruebas iniciales, pero siempre dejo espacio para que la obra me sorprenda y tome su propio rumbo.
Trabajo en series, donde la repetición y el desarrollo de un tema me permiten explorar diferentes enfoques y transformaciones. En cuanto a las técnicas, mi proceso no está limitado a un solo medio: a veces utilizo el dibujo, otras veces la pintura, el grabado o incluso el espacio tridimensional, dependiendo de lo que la obra me pida.
¿Cómo se siente ser considerado uno de los grandes exponentes del realismo mágico en Latinoamérica?
Bueno, me lo tomo con humor, porque eso de ser ‘uno de los más grandes’ siempre suena un poco raro, como si estuviera compitiendo con Gabriel García Márquez en un torneo de pintura mágica. Creo que mi obra, más que encajar en etiquetas, busca crear espacios donde lo real y lo imaginario se encuentren. Si eso resuena como realismo mágico, entonces es un honor; si no, al menos me divierte saber que alguien lo percibe así, pero en realidad yo la considero más cercana a lo que llamo “realismo simbólico”. Es decir, no busco representar lo mágico en lo cotidiano, sino capturar símbolos que trasciendan lo inmediato y generen múltiples lecturas. Mi trabajo se basa en elementos reales, pero los combino y reinterpreto de manera que adquieran nuevas dimensiones, dialogando con lo íntimo y lo colectivo, lo tangible y lo emocional.