Yirda Romero, Directora Carrera de Pedagogía en Educación Diferencial UDLA Sede Viña del Mar
En medio del agitado escenario escolar que enfrentamos hoy, es vital que los profesores aprendamos a movernos entre el impulso y la pausa, entre la intensidad del día a día y la claridad que nos permite no perder el rumbo que es enseñar.
Estamos comenzando mayo, pero muchos sentimos que el año escolar ya parece noviembre. Las noticias de violencia en los colegios se difunden en los medios, se comentan en la mesa y se repiten en los pasillos. La sobreexposición emocional, sumada a la presión por contener cada situación compleja, puede llevarnos al cansancio, la frustración e incluso a perder el sentido profundo de nuestra tarea. Sin embargo, es justamente en estos tiempos difíciles cuando más necesitamos mantener la calma.
Educar no es solo transmitir contenidos, sino sostener emocionalmente el clima de aula para que el aprendizaje sea posible. Contener no es lo mismo que aguantar: es acompañar con presencia y criterio. Por eso, antes que reaccionar, debemos respirar. Antes que juzgar, debemos observar. Mantener el foco pedagógico significa recordar que estamos formando personas, no corrigiendo errores. Para lograrlo, es necesario conectarnos con nuestras propias emociones, reconocer lo que sentimos y decidir conscientemente cómo actuar.
En medio del ruido y la confusión, debe existir una línea interna que nos mantenga firmes: la convicción de que cada palabra y cada gesto entregado desde la calma puede marcar una diferencia. Además, no estamos solos, el cuerpo docente y la comunidad educativa forman una red que puede sostenerse desde la colaboración, no desde el desgaste individual.
Por ello, es importante que los profesores no perdamos el centro de nuestras emociones. Es de vital importancia, priorizar el vínculo, el cuidado, el sentido. Porque aún en los días más desafiantes, enseñar sigue siendo un acto didáctico, pero, por sobre todo, un acto de esperanza.