La final del Mundial Sub-20 entre Argentina y Marruecos fue una verdadera fiesta del deporte: organización impecable, voluntarios comprometidos, familias disfrutando. Se respiraba alegría, entusiasmo y una sensación de comunidad. Sin embargo, instantes antes del inicio, algo ensombreció ese espíritu. Mientras sonaba el himno argentino, parte del público chileno comenzó a pifiar. Al principio fueron algunos, luego muchos. Entre ellos, un padre insistía en hacerlo hasta que su propio hijo adolescente le pidió que parara.
Ese gesto del hijo sintetiza lo que necesitamos aprender. ¿Qué estamos mostrando cuando celebramos el deporte sin respeto al otro? La falta de cultura deportiva no se mide solo por resultados o infraestructura, sino por nuestra capacidad de reconocer al oponente con dignidad. La pifia fácil es la semilla de una violencia más profunda: la que confunde pasión con agresión, identidad con intolerancia.
Querer que gane Marruecos o Argentina es parte del juego, pero hacerlo desde el respeto y la alegría es lo que distingue al deporte bien hecho. Como decía Gandhi, “ojo por ojo hará que el mundo quede ciego”, y Mandela nos recordó que “el deporte tiene el poder de cambiar el mundo”.
Empecemos por lo más simple y poderoso: dar el ejemplo. Porque solo cuando aprendamos a aplaudir al otro, podremos celebrar de verdad lo que somos: Un orgulloso Chile anfitrión de grandes eventos deportivos desde la cancha a la grada.
Paula Ortiz
Directora académica Instituto del Deporte y Bienestar U. Andrés Bello