La inteligencia artificial (IA) se ha incorporado de manera progresiva a la vida cotidiana de muchas personas, convirtiéndose en una herramienta de uso frecuente para múltiples actividades.
Su aplicación en ámbitos laborales, académicos y personales se orienta a potenciar la eficiencia, favorecer la colaboración y apoyar el bienestar en el desempeño cotidiano con acciones que van desde la revisión de un texto, la creación de una imagen, la organización de tareas, como apoyo en proceso administrativos, la elaboración de presentaciones y reportes, y el análisis de datos, entre muchos otros.
En este contexto, estas tecnologías se configuran como un recurso que puede contribuir a optimizar el tiempo, la organización del trabajo y fortalecer habilidades de gestión, tanto a nivel individual como colectivo.
Sin embargo, detrás estas gestiones que parecen simples e inmediatas, existe una infraestructura tecnológica que consume energía, requiere servidores activos de manera permanente y deja una huella ambiental que suele pasar inadvertida.
Cuando se habla de uso sostenible de la IA, no se trata solo de grandes decisiones empresariales o políticas públicas. También tiene relación con la forma en que las personas utilizan estas herramientas en su día a día.
El uso repetitivo o innecesario de sistemas de alta demanda computacional incrementa el consumo energético y, con ello, el impacto sobre el entorno. La sostenibilidad, en este contexto, implica tomar conciencia de que cada interacción digital tiene un costo ambiental.
Promover un uso más responsable de estos recursos supone cambiar ciertas prácticas cotidianas. Usar estas herramientas con un propósito claro, evitar generar contenidos de manera automática sin necesidad real, priorizar soluciones tecnológicas eficientes, un empleo correcto de la instrucción (prompt), de bancos de imágenes y videos ya realizados por otros usuarios y comprender que no todo problema requiere una respuesta basada en IA, son acciones concretas que contribuyen a reducir su impacto.
La ética se expresa aquí en decisiones individuales que, acumuladas, tienen efectos colectivos, porque cada elección de uso refleja una forma de relacionarse con la tecnología y con el entorno, de ser conscientes de la manera en que se consume tecnología y se valora su impacto ambiental.
La inteligencia artificial continuará expandiéndose y su uso se volverá cada vez más accesible. Por eso, conocer bien las herramientas, pensar cómo, cuándo y para qué se utiliza es parte de una responsabilidad compartida que no recae solo en quienes desarrollan estas herramientas, sino también en quienes las integran a su vida diaria.




















