Por Patricia Torres
Gerente de Asuntos Corporativos y Sustentabilidad de Natura Chile.
Estamos ante una nueva edición del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Sin embargo, su conmemoración sigue generándonos sentimientos encontrados, dado que en lo que va del año hemos conocido ataques horrorosos y con resultados fatales para mujeres. Hasta el 20 de noviembre hay un registro de 35 femicidios consumados y 129 frustrados, según cifras entregadas por el SERNAMEG (Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género).
Solo para tener conciencia de lo anterior, en Chile existe enumeración de estos casos desde 2013 y desde ese año las cifras no son muy alentadoras: 40 femicidios en 2013 y 2014, 45 en 2015, 34 en 2016, 44 en 2017, 42 en 2018 y aumentó a 46 el año pasado. Esto, que solo parecen números sin caras ni vidas, nos revela el panorama lamentable con respecto a los índices de violencia contra la mujer que existen en el país y la lucha diaria que debemos mantener como género femenino.
Y con estas cifras solo me refiero a los femicidios, pero no hay que olvidar los hechos de violencia sexual y en el marco de la pareja, la mutilación genital femenina, el matrimonio infantil y la trata de mujeres que también se enmarcan en las acciones de agresión contra la mujer. En este contexto, cómo se le puede explicar a una niña que simplemente por haber nacido mujer -donde no hay opciones previas para cambiar de género, sí posteriores y porqué tendría que cambiar para poder vivir sin temor- tendrá que crecer con miedo, cuidándose de todo y todos, y que deberá aprender a «defenderse” del sexo opuesto por las atribuciones mal concebidas que se encuentran instauradas en la sociedad en relación con nuestro género femenino.
Creo que varias mujeres y mamás nos hemos hecho la pregunta anteriormente expuesta y aún sólo conseguimos quedarnos en la angustia y esperanza de confiar en que algún día las políticas públicas cambiarán al respecto y el activismo se masifique más allá de manifestaciones puntuales. Tal vez sea sólo ahí cuando comencemos a sentirnos más protegidas ante nuestros pares como seres humanos, los hombres. Si conservamos el tormento e incertidumbre y los casos de femicidios se incrementan, será imposible generar una sociedad mejor porque lo único que irá avanzando será la desconfianza y el odio entre nosotros.
Por todo lo mencionado en estas líneas, creo que lo que realmente debemos hacer es dejar de esperar a que las cosas sucedan para reaccionar. Como comunidad hemos dejado pasar el tiempo expectante a que las cosas cambien y mientras tanto vemos como siguen ocurriendo injusticias y las muertes se repiten ante nuestros ojos, provocando alertas que no demoran en ser empañadas por otros temas contingentes, que para otros son “más relevantes”.
Concretamente, si no nos ocupamos de que exista una estrategia nacional y mundial al respecto, seguiremos lamentándonos y permaneceremos en este círculo vicioso en el que nos encontramos hace años. Como sociedad, ¿qué estamos esperando para detener estos homicidios? ¿Es que acaso las cifras nacionales y globales no son suficientes para que los países establezcan políticas y sentencias estrictas que nos resguarden ante estos hechos?
Aprovechando que estamos atravesando por nuevos procesos sociales en Chile, estas interrogantes deberían invitarnos a reflexionar puntualmente sobre cómo podemos protegernos y cobijarnos como chilenas e idealmente en un futuro, esto no solo sea en beneficio exclusivo para las mujeres sino de todos aquellos a los que les sea vulnerado el derecho de realizar su vida en paz.