“En este gran coloquio constitucional en que deberíamos transformar a Chile, todos tenemos derecho a pedir la palabra, aunque tenemos también el deber de escucharnos”, sostuvo el académico y candidato independiente por el distro 7 a la Convención Constitucional, Agustín Squella, durante la clausura de las actividades anuales del Instituto de Chile durante 2020.
En el encuentro, “El futuro constitucional de Chile”, -en el que también intervinieron su presidenta, Adriana Valdés; su secretario general, Iván Jaksic, y el director de los anales del Instituto, Fernando Lolas- el abogado y Premio Nacional de Humanidades llamó a escucharnos y no sólo a oírnos.
“Según suele decir Gianni Vattimo, no nos ponemos de acuerdo cuando encontramos la verdad, sino que encontramos la verdad cuando nos ponemos de acuerdo”, recordó Squella, cuya candidatura forma parte del 60% de candidatos independientes que competirán el próximo 11 de abril, y una de las mil 373 que fueron aceptadas por el Servel a nivel nacional.
“¿Qué se puede decir del futuro de nuestro proceso constitucional en curso?” comenzó preguntándose durante su interlocución explicando que “si algo me sorprende hoy en el terreno de las ideas es la rapidez con que tantos intelectuales se apresuran a explicarnos qué es exactamente lo que ocurrirá después de la pandemia: pervivencia del capitalismo o fin inevitable de este, por ejemplo; o mayor solidaridad entre los individuos o reforzamiento del egoísmo posesivo de la época presente; o paz y colaboración entre los distintos pueblos de la tierra o extensión de las guerras locales a niveles continentales e incluso planetario. Lo más probable, sin embargo, es que los que afirman cosas como esas no estén haciendo más que proyectar hacia el mañana las que son sus propias expectativas o intereses de la hora presente”.
El futuro es una idea, agregó, no una realidad. “Realidad, y siempre efímera, es por su parte el presente, y en alguna medida, igualmente fugaz, el pasado. Este último va disolviéndose inevitablemente en la conciencia individual de las personas y también en eso que se llama conciencia colectiva. Una de las mejores novelas del pasado siglo, “El gran Gatsby”, termina con una reflexión como esta: ‘y así vamos, como barcos que avanzan contra la corriente, atraídos incesantemente hacia el pasado’”.
Para Squella “el futuro de nuestro proceso constitucional resulta más fácil augurarle un futuro, o cuando menos desearlo, porque anticipar un futuro en esa o cualquier otra dimensión de la vida en común, tal como señalamos antes, es tanto conjetura como deseo, pronóstico y expectativa”.
A su juicio “el futuro de nuestro actual proceso constitucional será el que nosotros determinemos con nuestras ideas, aspiraciones y conductas, y eso a partir del plebiscito de octubre del pasado año, lo cual quiere decir que estamos ya configurando ese futuro, aunque sin tener la certeza de cuál será en definitiva. Configurando ese futuro, o intentando hacerlo, por ejemplo, cuando alguien sostiene que habrá que rodear a la Convención Constitucional cuando esta se encuentre haciendo su trabajo o, por el contrario, que habrá que dejarla trabajar en paz y con sus puertas y ventanas abiertas a una ciudadanía dispuesta a pedir tranquilamente la palabra y no a lanzar gritos ni amenazas a los constituyentes”.
“Sin conocerlo de antemano, somos responsables de nuestro futuro, y tenemos que hacernos cargo de esa responsabilidad, que no es otra que la de estudiar, debatir, acordar y ratificar una nueva Constitución para la República de Chille”, explicó.
“Se trata de una oportunidad única en nuestra historia; los constituyentes serán elegidos para cumplir una función, temporalmente, y en un tiempo por lo demás bien delimitado y breve, y esa no es otra que la de coincidir en una nueva Constitución para la República de Chile, y donde la palabra “república” será mucho más que lo opuesto a monarquía y mucho más, también, que a esas descargas emocionales que nos sobrevienen cada vez que presenciamos determinados actos públicos que están regidos por estrictos y más o menos invariables protocolos”, especificó.
Esperanza versus pesimismo
“Adriana Valdés, presidenta de nuestro Instituto, escribió en una reciente columna ‘Cuentos Constitucionales’ que ‘la esperanza no es un estado de ánimo, sino una opción ética’. Sobre todo ahora, donde la esperanza y su contraria, la desesperanza, pueden jugar un papel muy importante en el desarrollo y desenlace de nuestro proceso constitucional. Y la esperanza no es solo espera del bien, sino espera lenta, pausada, confiada, aunque nunca segura”, comentó.
Para Squella “siempre podemos tener razones para creer que las cosas irán mal o no todo lo bien que querríamos, y a eso podemos llamarlo pesimismo de la razón. Por el contrario, ese legítimo pesimismo de la razón –legítimo, pero no obligatorio- puede y debe ser acompañado de un optimismo de la voluntad, consistente en que, contando con que las cosas podrían no ir todo lo bien que deseamos, poder preguntarnos qué está en nuestra mano hacer para que vayan lo mejor posible”.
“He ahí una fórmula política y moral que, según creo, deberíamos adoptar en este momento: si somos optimistas de la razón y de la voluntad, tanto mejor. Si creemos que las cosas irán bien y nos esforzarnos porque así sea, tanto mejor. Pero si tenemos pesimismo de la razón, no le añadamos el de la voluntad y, por el contrario, apliquemos esta para evitar que las cosas no vayan mal”, indicó.
En este contexto sostuvo que “no vamos a fracasar, simplemente porque no es posible que fracasemos. Conseguiremos una nueva Constitución de manera más fácil o más difícil, conseguiremos una muy buena o solo una buena nueva Constitución, pero tendremos una”, remarcando que “el deber de esperar, y el deber de hacerlo con esperanza, el deber de esperar y también de actuar, se nos imponen hoy como un imperativo ético. No podemos echarnos en brazos del pesimismo ni menos adoptar ese cinismo de los que para parecer más inteligentes que el resto y presumir de que a ellos no les meten el dedo en la boca, se apresuran a expresar los peores diagnósticos y a evitar toda visión positiva del futuro que nos espera como país, como continente y como planeta”.
“Sabemos que hay un puerto de recalada una vez que salgamos del temporal, pero para alcanzarlo tenemos que evitar, hasta donde resulte posible, que nuestras desavenencias se transformen en disputas y que nuestros desacuerdos pasen a la condición de conflictos”, agregó.
Por último, el Premio Nacional de Humanidades, mencionó la necesidad de defender la dignidad: “’Para que nos vayamos conociendo’, invita el Gitano Rodríguez en su famosa canción sobre Valparaíso. Para que nos vayamos conociendo y, de esa manera, para que nos vayamos entendiendo. Porque una posible clave para nuestro futuro como país y para el que tendrá el proceso constituyente podría encontrarse en la común y pareja dignidad que nos reconocemos unos a otros. Todas las personas nacen y permanecen iguales en dignidad y en esta se basan derechos fundamentales que se reconocen a todas ellas”.
“Si partiéramos de ese valor superior, otros valores, tales como libertad, igualdad, fraternidad, pluralismo, tolerancia, justicia, vendrían casi por añadidura, aunque tampoco se trata de proclamar simplemente la similar dignidad que nos reconocemos intersubjetivamente unos a otros y echarnos a dormir respecto de los otros valores recién señalados. Libertad, igualdad, solidaridad, pluralismo, tolerancia y justicia no son dones: son conquistas, y cada una de esas conquistas no están concluidas”, concluyó.