Por Gonzalo Gajardo
Durante estos días, hemos conocido la noticia de un hecho más de vandalización – ahora extremo – del monumento al General Baquedano, emplazado en la otrora plaza Italia, hoy plaza de la Dignidad.
Es largo el listado de acciones acometidas en contra de este, algunas anecdóticas otras no tanto. La última fue el intento de fundición del bronce in situ. Diversos bienes patrimoniales materiales – muebles e inmuebles – han sufrido gran daño a lo largo del país, no es necesario abundar en el catastro.
El contexto es conocido; tiene que ver con el denominado estallido social, que no es otra cosa que la crispación social dadas las injusticias acumulada por décadas… o siglos.
¿Por qué ha ocurrido esto?, ¿Qué causas han propiciado que civiles de a pie, vuelquen su ira contra objetos valorados? La respuesta del Ejército de Chile, reserva moral de la patria no se hizo esperar; la causa sería, el anti – chilenismo de algunos. Una respuesta simple y útil.
Desafortunadamente, la compleja problemática indetitaria, cultural y patrimonial que encierran estos hechos, no se explica por la simple relación causal odio – daño.
Se puede hipotetizar la problemática desde diversas perspectivas y enfoques. Todos irán a parar en última instancia al campo de la violencia simbólica desatada. Para comprender el problema, es necesario pormenorizar y especificar, más allá de generalizaciones y consignas a conveniencia.
El Patrimonio cultural, los bienes y dispositivos de valoración que lo conforman, puede significar en términos societales dos cosas. Memoria; entendida esta como la Historicidad del presente y las representaciones de su orden y Arraigo; entendido como el sentido de familiaridad con aquel presente y el apego hacia sus representaciones.
En este comentario, queremos abordar en breve la difícil cuestión del arraigo sostener una mirada humanística; una perspectiva experiencial, que dé cuenta de la crisis en este orden de consideraciones que afectan, desde hace mucho, a individuos y grupos humanos, no solo en nuestro país sino en el mundo.
En una notable obra (por su consistencia y brevedad) publicada en México durante 2011, titulada devenir, patrimonio e identidad. Breve ensayo sobre lo propio, los filósofos chilenos Patricio Brickle y Miguel Norambuena se refieren, aparte del fenómeno de desterritorialización (Deleuze y Guattari) que atraviesa la cuestión indetitaria, al “temple” (Heidegger); concepto que aborda un orden de naturaleza estética y cognitiva presente en la problemática del desarraigo y la crisis de valoración patrimonial a la que asistimos.
El temple se entiende como; conmoción interior, animosidad, sentimentalidad frente al mundo. Sin temple no podríamos comprender ontológicamente el mundo ni identificarnos con aquel. Sin este perdemos sentido, identidad y en última instancia arraigo y lugar.
“El sentido es, en consecuencia, algo así como una proyección de nuestra vida, de la vida de cada cual, de la vida de un país. Un horizonte posible, sensato. Esa dirección, ese sentido, lo <> no con una inteligencia racional, sino con algo mucho más sutil, con los sentidos, con nuestros mundanos sentidos” (Norambuena y Brickle; 2011).
Los hechos ocurridos en torno al patrimonio en el último tiempo, nos hablan efectivamente de una situación insensatez generalizada en relación al mundo que nos rodea; a la cultura y la identidad que se desprenden de aquel. Pero en virtud, no de un accionar deliberado, sino a razón de la enajenación, hostilidad, impropiedad e irreconocible condición con que se nos presenta el paisaje y el hábitat simbólico. Chile ya no tiene sentido para los Chilenos, porque estos han perdido el temple. El desarraigo es pues perplejidad y desconcierto, no odio.
La voz última de los militares, apela a un sentido monumentalista, arcaico y unilateral del patrimonio y de la identidad nacional. Mismo sentido que hoy se desploma frente a la profunda crisis de hegemonía (Gramsci), que experimenta la sociedad chilena.