Para la gran mayoría, lavarse los dientes, tomar una cuchara o peinarse es algo que no requiere ningún esfuerzo, porque se hace en forma automática. Sin embargo, no ocurre lo mismo para pacientes con COVID-19 que lograron salir de la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) de alguno de los centros asistenciales de nuestro país.
De acuerdo a la última cifra del Ministerio de Salud, actualmente poco más de dos mil 500 personas se encuentran en este tipo de espacios médicos, quienes además de batallar por su vida deberán iniciar un largo proceso de rehabilitación, incluso para realizar cosas tan simples como colocarse un anillo o vestirse.
Natalia Montes Silva, terapeuta ocupacional y académica de la Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad de Playa Ancha (UPLA), desarrolla una intensa labor en la UCI, UTI y sector de hospitalización de la Clínica Reñaca, espacios en los que día a día trata a pacientes con COVID-19 como integrante de un equipo multidisciplinario.
Con más de un año de experiencia en el tratamiento de esta enfermedad, asegura que la afectación de estos pacientes va más allá del área respiratoria. Explica que quienes están internados en la Unidad de Paciente Crítico normalmente presentan una hospitalización de larga estadía, inmovilizados, lo que genera diversas consecuencias en su vida cotidiana.
“Hay una afectación desde el punto de vista de las destrezas motoras, pierden la fuerza muscular, pierden la capacidad de movimiento, pierden la capacidad de hacer pinzas, de manipulación, lo cual, desde el punto de la Terapia Ocupacional, conlleva una afectación en su desempeño cotidiano. Es decir, la capacidad para tomar una cuchara, para tomar un cepillo para peinarse se ve afectada, desde el punto de vista motor; pero también hay una complicación que es la encefalopatía del COVID-19, que conlleva a que el paciente no solo presenta un compromiso motor, sino también cognitivo”, dice la especialista.
Advierte que esto último se visualiza cuando los pacientes comienzan a despertar después de haber estado con ventilación mecánica. Asegura que se sienten desorientados en el tiempo y espacio, y pueden presentar un compromiso de la memoria, dificultad para secuenciar las tareas que le permiten realizar ciertas acciones, todo lo cual afecta en su desempeño de la vida diaria.
Compromiso cognitivo
La profesional sostiene que, si bien el COVID-19 puede generar lesiones a nivel neurológico, la neuroplasticidad del cerebro permite que el paciente reaprenda las actividades cotidianas que se vieron comprometidas, lo que se da más fácilmente en personas de menor edad.
Una vez que el paciente COVID-19 supera la gravedad y es dado de alta, el apoyo de la familia o de su entorno será muy importante. El trabajo de rehabilitación debe contar con la asesoría de un equipo multidisciplinar: kinesiólogo, fonoaudiólogo, terapeuta ocupacional e, idealmente, psicólogo, pues la mayoría queda con un gran temor e inseguridad.
A modo de recomendación, la especialista sugiere que, junto con la paciencia y el cariño, este acompañamiento promueva la autovalencia del paciente porque, de lo contrario, su recuperación será mucho más lenta.
“La recomendación es no ser muy sobreprotector de parte de los familiares hacia el paciente, porque el hecho de que le realicen todas las actividades cotidianas, le acortan las posibilidades de que el paciente vuelva a reentrenarse en vestirse, en caminar, en trasladarse al baño o a la cocina. Al principio, lo ideal es que los familiares lo supervisen, lo acompañen, pero no que le hagan las cosas. Paciencia y darle la posibilidad a los pacientes de que retomen estas actividades cotidianas”, quien reconoce que la recuperación dependerá de cada persona, y que el período de tratamiento fácilmente puede extenderse por un año.