Por Silvio Becerra Fuica
Formado en Escuela de Crítica de Valparaíso
Esta obra es dirigida por Jesús Urqueta, joven director, que en sus propias palabras se autodefine como en formación en el hacer teatral, el que para subsistir en un medio tan difícil como éste, debió compartir su pasión por el teatro con el impartir clases en la Universidad de Chile, Universidad Adolfo Ibáñez y Uniacc.
Urqueta dirige «Arpeggione» a casi cincuenta años de su estreno, que corresponde a la tercera parte de la Trilogía Buenaventura de Luis Alberto Heiremans, uno de los dramaturgos y escritores chilenos más prolíficos y representativos de la generación del 50.
La obra «Arpeggione» tiene como protagonistas dos reconocidos actores chilenos, Claudia Cabezas (Rosa), y Nicolás Zárate (Lorenzo), sobre los cuales descansa la responsabilidad de representar frente al espectador, en toda su expresión, el mensaje que el director se propone entregar (lo que logran).
Dentro de las artes escénicas Urqueta es un hijo del rigor, pues en ocasiones, mucho antes de ser conocido por el éxito de sus obras, pasó por la dura escuela del teatro callejero, situación que parece haber formado en éste una marcada tendencia hacia la crítica social y política. Se muestra sin tapujos como un crítico consecuente con lo que ha sido su historia de vida y desarrollo personal. Resulta profundamente afectado por lo que significó política y socialmente la dictadura militar de 1973 y todo lo acontecido en tiempos de la post dictadura, donde la concertación no fue capaz de cumplir con todas las aspiraciones de un pueblo agobiado, que pasó de la opresión más absoluta, a un estado de vuelta a la democracia, mediante la cual la alegría nunca llegó. Y así, según comenta Urqueta en varias de sus entrevistas, las fuerzas del neo-liberalismo, pasando por gobiernos de diferentes tendencias políticas, permanecen más vivas que nunca, manteniéndose hasta el presente, bastando para recordar aquello, el estallido social del 18 de octubre del 2019, que puso en jaque a toda la institucionalidad de nuestra país y que espera una vez superada la pandemia mundial del corona virus, el posible reencuentro de todos los integrantes de nuestra alicaída sociedad.
La puesta en escena de la obra se conforma a partir del encuentro de Lorenzo, cellista, que en un momento determinado se queda sin su compañero habitual en la ejecución de piano, lugar que sería ocupado por Rosa (aprendiz de piano), que lo reemplazaría por tiempo indeterminado. Es la historia de dos músicos que ensayan la Sonata en La Menor para violoncello y piano de Franz Schubert.
«Arpeggione», se desarrolla con un reducido elenco actoral, donde sólo dos personas interactúan en un espacio limitado que físicamente no favorece sus movimientos, lo que desde la posición del espectador, invita a pensar en un quietismo postural, que por momentos pudiese aburrir. Si bien esto es cierto, lo que salva esta negativa percepción que pudiese ser preocupante desde el punto de vista del director, es el entramado y serpenteante diálogo entre los protagonistas, que en sus inicios muestra a un Lorenzo que ignora por completo a Rosa, lo cual a su pesar y ante la imposibilidad de contar con un o una pianista a la altura del titular, que ya no está, tiene que aceptar su presencia y por ende su ejecución musical, que es el punto de partida para lo que viene más adelante.
En el curso de la ejecución musical, poco a poco se va produciendo un contacto entre Lorenzo y Rosa, lográndose en algunos pasajes de la obra, un mayor acercamiento e interrelación entre ambos actores, llegando en algunos momentos a intercambiar algunas risas, lo que significa una apertura para el encuentro, en el que la música es el protagonista principal.
El escenario en que se desenvuelve esta obra es similar a un cuarto oscuro, que obliga al espectador a centrar y concentrar su interés en el diálogo artístico entre los protagonistas, los que se destacan en su actuar, por el inteligente efecto de la iluminación personalizada, que se mueve de una persona a otra en el momento de cada parlamento.
Arpeggione nos posibilita la oportunidad de tener frente a frente dos personas, dos almas, dos mundos, dos concepciones de la realidad, dos formas de ser diferentes, que como es lógico se presentan como antagónicos desde este punto de vista, considerando el bagaje cultural y de relación social que cada uno de los personajes contiene dentro de sí. Este cara a cara de los actores por las características propias del diálogo, mediante el cual se trasunta la eterna tragedia de lo humano y más aún de lo humano en sociedad, lleva al espectador a convertirse en un tercer protagonista oculto, que se embarca en un velero portador de todas las calamidades que puede ofrecer una caja de Pandora, la que después de abrirse nos deja una sola posibilidad para enfrentar el futuro y retomar el rumbo de nuestras vidas, “es la esperanza,” que según indica la mitología es lo último que se pierde.
Claudia Cabezas interpreta con maestría a una Rosa bastante más extrovertida que Lorenzo, interpretado por Nicolás Zárate, quién destaca por su capacidad para asumir la personalidad de gran introspección de este personaje.
Extrapolando ideas y situaciones a partir de la obra «Arpeggione», puedo señalar que esta es una invitación que me lleva a la comparación y a la exaltación de valores, según el género teatral que se está interpretando. Me resulta irresistible comparar Arpeggione, con su oscuro escenario, que permite poner mayor atención en los diálogos y gestos de los actores, con La Iguana de Alessandra, del director Ramón Griffero, laureado dramaturgo chileno y premio nacional de teatro, obra que viene a ser como la antítesis de Arpeggione, con un escenario de gran luminosidad, con un nutrido elenco de diez actores, con un amplio espacio que permite apreciar la versatilidad física en general y gestual de estos, donde el espectador tiene la oportunidad de nutrir su entendimiento, no sólo a partir del diálogo entre los actores, sino que también con el complemento que en forma paralela ofrece el variado y cambiante escenario. Es la riqueza y la magia que ofrece el mundo del teatro, que permite pasar de un género teatral a otro, según sea el proyecto creativo de cada autor, siendo el caso de Arpeggione (drama), y de La Iguana de Alessandra (comedia).
Esta obra es bastante potente y exitosa en su mensaje explícito, como también en su trasfondo, lo que asegura el poder representar lo que pudo ser y que no fue, convirtiendo el encuentro momentáneo de dos almas en un desencuentro permanente, dando paso a la utopía universal, de la cual está llena la historia de la humanidad. En resumen, esta es una obra que recomiendo ver, pues en ella encontraremos el reflejo, de las peculiaridades escondidas en nuestras propias personas que es posible distinguir, dejando en nuestras manos la posibilidad de un auto análisis que permita problematizar nuestra, a veces, cómoda y egocéntrica vida.