El religioso porteño Álvaro Martínez, miembro de la Congregación San Columbanos, está haciendo patria en Hong Kong: lidera la prevención para el abuso de menores y adultos en situación de vulnerabilidad a través de la creación de protocolos.
Por Francisca Palma Schiller
Fiel sacerdote en Chile y leal a la Congregación San Columbanos, sociedad de misioneros, sacerdotes y laicos, que sirven a la gente de varias culturas y llevan el testimonio del amor universal de Dios, es lo que representa al padre porteño Álvaro Martínez, lealtad que lo llevó a trasladarse al otro lado del mundo: Hong Kong.
Para apoyar del todo a la congregación y coordinar sus acciones, el padre Martínez decidió emprender el viaje que durará cerca de seis años completos.
Desde allá, al otro extremo de Chile, el sacerdote está a cargo de generar protocolos para proteger y prevenir los abusos en menores de edad, como también en adultos vulnerables. Hoy, su misión avanza a paso firme.
Con esta tarea bajo el brazo y con 24 horas de diferencia con Valparaíso, el misionero analizó su vida, el Chile actual y la crisis de la iglesia católica.
“El cuartel general de San Columbanos es en Hong Kong, por eso estoy aquí. Yo vivo con tres sacerdotes más: un irlandés, un coreano y un neozelandés. Estas cuatros personas, de distintas partes del mundo, con diversas experiencias de vida y de estudio, somos un equipo y desde esta oficina coordinamos las acciones de la congregación, de la sociedad”, nos cuenta.
Pero, ¿cómo es vivir en Hong Kong?, ¿cómo es la vida de un chileno –más allá de su labor- en un país oriental?
“Hong Kong es una ciudad maravillosa, hermosa, llena de vida, de actividad, pero cuando uno la empieza a conocer y a recorrer se da cuenta que todas las luces de neón, todos los edificios gigantes, todo lo maravilloso que encandila los primeros meses, empieza a tomar un color distinto. Uno empieza a ver la pobreza, las limitaciones, hay un gran porcentaje de trabajadoras domésticas que vienen de Filipinas, Indonesia, entre otros país, que viven en condiciones muy difíciles”, revela.
En cuanto a su rol, el sacerdote devela que son tres: mantención de la casa, creación de protocolos y formación de seminaristas.
“Estoy a cargo de la casa, de la mantención, todo lo que conlleva que esta casa funcione, el edificio, las oficinas. En otra perspectiva, en términos de la congregación, estoy a cargo de todo lo que es el cuidado, los protocolos hacia los menores y hacia los adultos en situación de vulnerabilidad. Además, soy parte de la formación de los seminaristas, de los nuevos sacerdotes que se están preparando para ser misioneros en alguna parte del mundo. Me ocupo de que los seminaristas tengan los recursos necesarios para funcionar, proyectar formadores y personal necesario para acompañarlos en sus distintas etapas de la formación misionera”, detalla.
La crisis de la Iglesia católica
Sin duda uno de los roles más relevantes que está generando el sacerdote es aquel que se relaciona con los protocolos para prevenir situaciones de abuso. Al respecto, también tuvo algo que decir desde una mirada más crítica.
“En términos de la Congregación, estamos bastantes avanzados en cuanto a los protocolos de manejo de situación y en la prevención, que es lo más importante. Lo importante aquí no es lidiar los casos, sino que cómo evitamos que esos casos sucedan. El abuso contra menores y personas en situación de vulnerabilidad es una cosa muy fuerte en muchas partes del mundo. Los números hablan que en un 94%-95% de los casos de abusos a menores ocurren dentro de la familia, dentro de los círculos más cercanos, lo cual abre una necesidad de dialogar sobre esto en las familias”, precisa.
A lo que agrega, “si hay una denuncia, las primeras veces que la persona lo verbaliza, si no hay un oído empático, eso revictimiza y daña y muchas veces la iglesia lo ha hecho y lamentablemente, en algunas ocasiones, todavía lo hace”.
En la ocasión, también analizó la crisis de la iglesia católica en Chile, fenómeno que se repite en distintas partes del mundo.
“Hay una falta de capacidad de respuesta frente a los abusos en muchos aspectos de la lglesia, no solo en lo sexual: no fuimos capaces de responder adecuadamente y no sé si se ha hecho una reflexión profunda acerca de lo mal, lo pésimo que se respondió y si somos capaces de revertir eso. La confianza se devuelve pidiendo perdón, dando gestos concretos, reales, verdaderos de reconocer a las víctimas y reconocernos como victimarios y buscar el camino de la reparación y justicia”, analiza.
Oportunidad en la que además mencionó su opinión sobre la muerte de Fernando Karadima.
“Karadima es el símbolo de lo que pasa en Chile. Estaba vinculado a todos los poderes que te puedes imaginar: fe, policial, político y el dinero, por lo que mantenía fuertes vínculos y capacidad de manipular todos esos poderes a favor de él y de su forma de ver la vida y de su grupito”, aseguró.
El Chile de hoy
Por último, desde Hong Kong reflexionó lo que espera para Chile: un país diverso, una patria para todos.
“Creo que hay que construir una patria para todos, es decir, hay que construir un Chile que nos permita vivir como hermanos y hermanas de una misma tierra y eso va a involucrar cambios radicales en la forma de vernos como ciudadanos de un mismo país, de norte a sur, con toda la diversidad, con todos los lenguajes, con todas las posibilidades de ser. Chile está en un proceso de rehacerse, rearmarse, remirarse al espejo”.
Finalizando con el siguiente mensaje: “Tengo mucho sentido de esperanza para Chile, mucho sentido de Dios: un pueblo que camina junto y que busca, en la incertidumbre, algunas certezas”.