Por José Ossandón
Periodista y director de La Región Hoy
Después de dos años que Chile estallara en mil pedazos —ese 18 de octubre de 2019—, lanzando esquirlas y bolas ardientes por todos lados, este viernes llega el día que tantos ciudadanos estuvimos esperando: el término del gobierno de Sebastián Piñera.
Toda esta semana la otrora “Locomotora” de la Derecha ha estado saliendo por la prensa, tirándose challa y burbujas de colores por su gestión en la Presidencia, durante estos “inquietantes” 48 meses.
(No quiero seguir apaleando al Mandatario porque la verdad es que me salieron callos en las manos tanto usar la macana).
Y se va el hombre.
Sin pena ni gloria.
Más bien se retira de la Moneda dejando una estela verdosa, maloliente. Un legado de almas podridas, diría el escritor Robert Bloch en una de sus obras de terror. El mismo que creó la novela “Psicosis”, que luego Hitchcock la transformaría en una de las mejores películas del género.
De terror.
El gobierno de Piñera no fue malo, “el peor de la historia de Chile”, como dijo hace unos días Camila Vallejo, quien será a partir del viernes, después del mediodía, la vocera del Presidente Gabriel Boric.
No.
El gobierno de Piñera fue de terror.
Tuvo todos los ingredientes que exige el género: monstruos, personajes retorcidos, pestes, casonas ardiendo por el fuego, iglesias en llamas, ojos destruidos por bolas de acero, incluso algunos extraterrestres aparecieron por las colinas más altas de Santiago.
También hubo brujos, brujas, hechiceros, como ciertos ministros que con la ouija en la mano convocaban a sus maestros más oscuros para recuperar los privilegios que se esfumaban a medida que avanzaban los que para ellos eran los orcos, los zombis, por las principales avenidas del país (y no eran más que el pueblo pidiendo que las sombras que cubrieron por largos años los chapiteles de la democracia, se fueran).
Este viernes muchos chilenos diremos: qué bueno, se fue Piñera.
¿Y saben?
Sí, es bueno que se vaya.
No sé qué hará de su vida, pero creo que debiera tomar sus manuscritos con tapa de piel de animal, y se esconda en alguna isla donde las colinas escarpan y los lobos aúllan a los pies de estatuas de emperadores de papel moneda.
Así como tampoco sé cómo lo hará Boric.
Ojalá que bien.
No será fácil.
Lo más probable es que sigamos viendo películas de terror, pues el mundo entero está atravesando por una especie de película apocalíptica, distópica.
Sin embargo, me quedo con la sensación de que sin Sebastián vamos a estar un poco mejor.
Como cuando los vampiros mueren atravesados por una estaca, pero los espectadores saben que su alma negra no se extingue; al contrario: tienen el convencimiento de que algún día volverán para mordernos de nuevo el cuello.
(Foto principal: captura)