Por Víctor Irribarra del Valle
Académico carrera de Tecnología Médica
Universidad Santo Tomás, sede Viña del Mar
Mañana se celebra el Día Mundial del Donante de Sangre.
Este año la Organización Mundial de la Salud (OMS) promueve la celebración bajo el lema “Donar sangre es un acto de solidaridad. Súmate al esfuerzo y salva vidas”.
En esta línea, permanentemente se llevan a cabo diversas iniciativas con el fin de disponer de donantes de sangre voluntarios altruistas y de fidelizarlos.
Este tipo de donantes, en comparación con los donantes familiares o de reposición y aquellos remunerados, son mucho más seguros en términos de menor riesgo de portación de infecciones transmisibles por transfusión.
Pese a todos los esfuerzos, vemos que hay muchas personas que no responden a los llamados.
De hecho, nuestro país ha suscrito acuerdos para alcanzar determinadas metas de donación voluntaria.
El Ministerio de Salud se comprometió a lograr para el año 2012 que el 100 por ciento de los donantes tuviera las características de altruismo y repetición necesarias, pero una década después vemos una gran brecha que nos separa de la meta.
¿Qué hay que hacer para que se genere un cambio?
Cuando discutimos este tema con los estudiantes les pregunto ¿cuántos de ustedes donarían sus órganos al morir?
La gran mayoría levanta la mano.
Pero cuando les pregunto cuántos han donado sangre, el número de manos levantadas se reduce dramáticamente.
Les planteo el contraste, y les hago ver que la donación de sangre es como una donación de órganos, pero en vida. Entonces hay un silencio reflexivo, un darse cuenta.
Espero que quien lea esto también se dé cuenta.
Comúnmente se reconoce el gran espíritu solidario de nuestro país y vemos muchas muestras de ayuda para quien lo necesite, pero ¿somos solidarios para algunas causas y otras no? ¿Por qué no lo somos para donar un tejido líquido que se renueva en poco tiempo y que se puede donar muchas veces en vida? ¿Será que estamos dispuestos a procurar el bien ajeno sólo si no es a costa del propio?
Si es esto, entonces falta educación, ya que posiblemente haya desconocimiento y en consecuencia temor al proceso de la donación.
¿Educación a quién? ¿A los adultos?, claro, y sin duda a los jóvenes, porque la necesidad de sangre y sus componentes es inmediata. Pero se requiere también educar a los niños y sembrar la semilla de un cambio tan profundo que la sociedad la integre a su vida cotidiana e incluso adopte un estilo de vida compatible con la donación voluntaria altruista.
¿Y por qué esta dependencia tan grande de sangre humana para las transfusiones? Porque si bien hay estudios y avances científicos, la sangre no se fabrica artificialmente.
No sé si esta generación alcanzará a ver la sangre artificial con acceso universal. Mientras eso no ocurra, se debe continuar con la educación a los adultos y a los jóvenes, redoblar los esfuerzos e iniciativas, y materializar una política para educar a los niños desde la etapa escolar respecto de la donación voluntaria altruista repetida de sangre, y de su importancia como soporte terapéutico para muchas personas que dependen de ella para recuperar su salud e incluso para sobrevivir.