Por Iván Echeverría
Director de Carrera de Psicología UDLA Sede Viña del Mar
El Gobierno ha propuesto el plan “Menos armas, más seguridad”, de manera de limitar el acceso a las armas de fuego al mundo civil, lo que ha originado la reacción de algunas organizaciones que defienden su tenencia responsable.
Sin embargo, desde la psicología y la evidencia internacional, la postura es cercana y en sintonía con la limitación de la posesión de armas en la civilidad. Por una parte, porque está bien respaldado el “efecto armas”, el que sugiere que la mera exposición a ellas desencadena pensamientos agresivos en las personas y, por otra, la evidencia que la gran parte de estas, que se poseen supuestamente para autodefensa, terminan siendo utilizadas en fines distintos, como suicidios, muertes accidentales, uso en violencia intrafamiliar.
Esto ha sido demostrado desde los años 60 por los experimentos del psicólogo Albert Bandura, quien descubrió que niños que observaron a adultos siendo violentos con un muñeco, aprendían y perfeccionaban al corto plazo formas violentas de tratar al modelo. Lo anterior se agudizaba si se disponía de armas de fuego de juguete a los niños.
Si a esto se suman los indicadores de salud mental en nuestra población, los que se han deteriorado en y postpandemia, la recomendación de limitar de manera estricta las armas de fuego a la población civil se hace urgente y prioritaria.
No debemos naturalizar la violencia como medio de resolución de conflictos, menos asumir fenómenos como las matanzas y tiroteos masivos tan recurrentes en sociedades donde la tenencia de armas es más común que lo que quisieran las evidencias.