Por José Ossandón
El problema de hoy es que a todos se les cae el discurso. Cuando escucho a un político, con su discurso épico, con su retórica a punto de convencerme… dice algo que termina por desvanecer mi ánimo receptivo. Desde la izquierda a la derecha, hoy hay un montón de partidarios que se mete a la arena romana como gladiadores luchando contra los leones del Apruebo y el Rechazo. Pero siempre terminan desanimando al público, que esperan sangre, pero al final reciben pura saliva, puro aire.
Ni para humo alcanza.
Decir que estamos en una crisis política a mi juicio ya parece una frase hecha, si es que siempre la fue. Después del Estallido pensé, inmaduramente, que el país entraba como flecha a una nueva dimensión social. Que los políticos habían entendido que Chile, el que se caga de frío (esperando en un paradero de micro, el Chile que cree que sacándose la cresta, levantándose más temprano, en la penumbra de la madrugada, va a superar la pobreza o la pobreza media), ya no aguanta los punzantes mensajes partidarios que antes fueron como violines en un concierto de Giacomo Puccini.
Hace dos años y algo más los metros se incendiaban, Piñera comía pizza, se quemaba ENEL, los cabros se saltaban los torniquetes de las estaciones Baquedano, Universidad de Chile… Estaba derechamente la cagada. Desde la tele, estupefactos, observábamos como el país se levantaba, con encapuchados destruyendo a su paso. Los días posteriores no fueron menores, pero amenizados con marchas legendarias, hermosas, llenas de colores, con el Bailes de los que sobran como música de fondo, una linda película de reivindicación.
Boric se fue a meter y le lanzaron agua y escupe y todo tipo de fluidos. El alcalde Jadue también fue a agarrar bandera y lo echaron casi a patadas. No había cabida para los políticos, esta era una revuelta de la gente.
Las marchas avanzaban por las principales avenidas y calles del país, no había ciudad que no sufriera el embate de esta rabia social. Todos se plegaron, hasta al Presidente Piñera le dieron ganas de protestar… contra él mismo.
Las banderas de la masa eran de colores. De colores que representaban a las minorías, minorías que estaban hartas de que las vieran desde un catalejo. Aparecieron los Spiderman, los corpóreos de la Picachú y lagartos de goma, el Perro Matapacos era paseado por la Alameda como el Niño de Sotaquí o la Virgen de la Candelaria…
Chile se quemaba como Roma y nuestro Nerón lanzaba bencina a la masa (o a los medios de masa) con discursos como ¡Estamos en Guerra!
De pronto apareció, como un fantasma atravesando el espejo de un mueble antiguo, la famosa “madrugada por la paz”. Entre gallos y medianoche nos dijeron que habría nueva Constitución.
Estamos a un mes, más menos, del Plebiscito de Salida para aprobar o rechazar el borrador de una posible nueva Constitución, y, como era de prever, en Chile otra vez estamos todos agarrados de las mechas. Mientras la Derecha quiere rechazar para reformar, la Izquierda propone aprobar para la misma hue…
Los del rechazo tienden una trampa: que si se rechaza la Constitución del 80 se reforma… ¡Mentira! Eso no va a pasar. Los del apruebo aseguran que si ganan se cambiarán los artículos en cuestión, como la plurinacionalidad. ¡Mentira!
Todos mienten, todos llevan agua a su molino. El próximo 4 de septiembre el país decidirá si quiere chicha o limoná.