Por Leonardo Carrera Airola
Académico de la Universidad Andrés Bello, sede Viña del Mar
A principios de junio de este año, Reino Unido celebraba el septuagésimo aniversario del ascenso de la Reina Isabel II al trono británico. Los festejos conmemorativos se prolongaron durante cuatro días, y cómo no, si por primera vez en su historia la corona británica era testigo del llamado “Jubileo de Platino” (ya en 2015 Isabel II se convirtió en la monarca británica con más años en el cargo, rompiendo el récord de la reina Victoria, quien ocupó el trono durante 63 años y siete meses).
Primogénita del rey Jorge VI, lo sucedió en el trono cuando falleció en febrero de 1952, cinco años después de haberse casado con Felipe de Grecia, luego duque de Edimburgo por su matrimonio, con el que tuvo cuatro hijos.
Le tocó asumir la conducción de la monarquía en un momento complejo de la historia británica, ya que por entonces Gran Bretaña hubo de hacer frente a los problemas económicos y psicológicos derivados de la pérdida de su condición de superpotencia.
En adelante, el destino del Reino Unido discurrió en una doble dirección, debatiéndose, en el orden interno, entre un estado social o un liberalismo a ultranza, mientras que, a nivel de política exterior, entre aislamiento y compromiso con el orden internacional.
En ese sentido, cabe destacar que Isabel II mantuvo la tradicional neutralidad de la Corona británica en los asuntos políticos gestionados en las alternancias de los partidos Conservador y Laborista, pero también hubo excepciones, como en el período de gobierno de Margaret Thatcher (1979-1990), donde mostró su sensibilidad e inquietud por la quiebra social que provocó en la población británica la política económica de la primera ministra.
Hoy, a diferencia de lo ocurrido hace unos meses atrás, el Reino Unido está de luto porque debe despedir a su Reina, pero puede hacerlo con la tranquila convicción de que, gracias a su sentido de la responsabilidad y compromiso para con su pueblo, el sentimiento monárquico logrará seguir vigente en un mundo atravesado por el constante e inevitable cambio.