Por Cristián Duarte
Académico Científico Fac. Ciencias de la Vida U. Andrés Bello
Por millones de años, los organismos han estado naturalmente expuestos a condiciones de luz y oscuridad (día/noche). Es sabido que esas condiciones influyen sobre las horas de actividad y otros procesos biológicos de muchas especies, incluyendo el ser humano. Por ejemplo, se conoce que la producción de melatonina en el ser humano es generada durante las horas de oscuridad y que muchos insectos son solo activos durante la noche.
Lamentablemente, el uso de luz artificial ha modificado dramáticamente ese ciclo natural, iluminando la noche y, por lo tanto, generando una pérdida de la “oscuridad”.
Desde la perspectiva biológica, solo recientemente se ha empezado a estudiar y entender los efectos de la luz artificial. En este contexto, estudios realizados en Chile y otras regiones del mundo han mostrado que la luz artificial tiene efectos dramáticos sobre muchas especies. A pesar de estos antecedentes, la luz artificial aun no es percibida como un contaminante por gran parte de la sociedad. De hecho, crecientemente, la sociedad demanda más luz en lugar de menos. Esto se explica debido a que existe la idea que más luz es mayor seguridad, un hecho que no es siempre respaldado por la evidencia científica.
El control de este contamínate es un desafío especialmente complejo. Además, debido al aumento cada vez más acelerado de presencia de luz artificial, tomar conciencia del daño que esta provoca y ser agentes activos de cambio es una necesidad urgente. Un buen comienzo sería preguntarnos: ¿necesitamos tanta luz?