Por Marcelo Belmar Berenguer
Máster en Planificación Territorial y Gestión Ambiental, Magister en Administración / Doctorando en Desarrollo Local Asesor legislativo / Cofundador de Corporación Salutem Académico Universidad Central de Chile
El plebiscito del 25 de octubre y su contundente respaldo al Apruebo, así como la preferencia abrumadora por una Convención Constituyente, no sólo representa el certificado de defunción de la Constitución del ’80, sino un duro reproche a la elite política y el inicio de la conversación y debate sobre el futuro. Una primera radiografía de los resultados por territorio, nos ilustra de forma descarnada la base de la insatisfacción que casi 6 millones de chilenos y chilenas expresaron con tanta fuerza: La inequidad territorial.
¿Cómo se explica que en tan sólo cinco comunas (de 346) triunfase el rechazo? Si excluimos a la Antártica y a Colchane (31 y 524 electores respectivamente), nos quedan Vitacura, Lo Barnechea y las Condes, las tres comunas de mayores recursos y estándar de vida y en donde habitan los individuos que concentran el PIB nacional. Ahí se impuso sin mayores sorpresas un NO a tener una nueva Constitución, es decir en una zona de Santiago que representa a menos del 1% de las comunas de Chile, no se quería rediscutir el pacto social; 59% de los electores de ese triángulo electoral rechazó ese camino.
Lo que evidencian los resultados es que el 80% del país, más de 5,8 millones de personas, 4 de cada 5 ciudadanos y ciudadanas, quieren un nuevo futuro, quieren un orden social distinto; más justicia social, menos privilegios para unos pocos. Aspiran a una prosperidad compartida y no acumulada, prefieren territorios integrados y un desarrollo armónico que se preocupe del cuidado del medio ambiente.
El debate que se inicia hoy, más allá de los cálculos partidarios, es sobre qué tipo de marco de convivencia hemos de tener en las próximas décadas. La Constitución debe ser eso; un marco que reconozca, de indudable mejor manera, lo que los conciudadanos queremos para Chile y sus comunidades. Dando preponderancia a las grandes y diversas mayorías que se conjugaron tras la opción apruebo y sin desatender las perspectivas de quienes se oponían.
Con seguridad será un debate intenso; no pocas veces tenso, pero ciertamente muy necesario. Los constituyentes que elegiremos el 11 de abril próximo, han de ser mujeres y hombres (en paridad total), que no sólo sean depositarios responsables de nuestra confianza (expresada en un voto), sino además oídos atentos, activos, consultantes y debatientes con las comunidades que los elijan. Hay que recuperar el espíritu de los albores de la patria independiente, con cabildos y espacios dinámicos de construcción de la identidad que se ha de expresar en la Nueva Constitución.
Nunca se parte de cero. Nuestra historia como país, y la de tantas comunidades y territorios de otras latitudes, nos deben servir para iluminar las decisiones a tomar, pero hay dos dimensiones que considero imposibles de soslayar: el reconocimiento digno a nuestros pueblos indígenas, las naciones que nos antecedentes en estos territorios, y un desarrollo más justo para todos esos territorios y las comunidades que hoy los constituyen.