Si bien muchos gobiernos de la región -incluido el chileno- felicitaron a las administraciones de ambos países, a nivel político y científico ya se han generado una serie de discusiones respecto de la necesidad de fortalecer y recuperar las capacidad propia para avanzar en este tema y poder estar también a la altura de fabricar, en el futuro cercano, preparaciones seguras contra ésta y otras enfermedades.
No obstante, el pediatra infectólogo y director de la Escuela de Medicina de la Universidad de Valparaíso, Rodrigo Vergara, quien ha sido asesor ministerial en temas de vacunación, afirma que en este momento tener la capacidad para producir una vacuna o asegurarse las dosis necesarias a través de un convenio, una vez que alguna de las que están en estudio se apruebe, es casi lo mismo.
“En términos estrictos o fríos, si se quiere, hoy tener la capacidad para producir una vacuna o tener una alianza estratégica con un país que la esté desarrollando en forma segura es casi lo mismo. No da mayor ventaja”, sostiene el especialista.
Y agrega: “Ahora bien, la apuesta de Argentina y México tiene un poco más de conveniencia, porque efectivamente estos países quedan con capacidad instalada para producirla y eso le da una permanencia en el tiempo a la vacuna. Sin duda eso es una ventaja, pero tengo mis dudas de que a Chile, por ejemplo, que es un país pequeño en población, le convenga optar por este camino más que establecer alianzas científicas. Nosotros podemos desarrollar algunas vacunas (como la de los salmones), tenemos otras ventajas comparativas, y quizás el trabajo conjunto con otros países como ocurre hoy con China y SINOVAC, que al igual que la de Oxford ha demostrado en sus estudios de fases I y II que genera una buena cantidad de anticuerpos, pueda ser más beneficioso. Es un tema que hay que analizar con más detalle y tranquilidad”.
En efecto, en Chile se está planificando la realización de un ensayo clínico con la vacuna china de SINOVAC en base a un estudio con personas de entre 18 y 65 años en el que participarán varias universidades.
“Esto nos aseguraría, gracias a un convenio suscrito, una cantidad importante de dosis -unas 10 millones- para la población chilena, y a un muy buen precio. Si esta vacuna funciona, Chile va a contar con una preparación que va a estar disponible probablemente en la misma época que la de Oxford. Ahora bien, no sabemos aún si estas dos vacunas van a tener finalmente un problema. Lo más probable es que no, al menos así se desprende de los ensayos realzados hasta la fecha con una y otras. Lo que está haciendo Oxford sí, y eso les puede dar ventaja, es que la comenzaría a producir uno poco antes de terminar la fase III, y eso puede hacer que la tengan un poco antes y la comercialicen. Pero incluso podría darse al revés, de que funcione la de China y no la de Oxford. Pero hasta ahora las dos van muy bien. Ambas son por ahora apuestas, pero creo que van a funcionar”, advierte Rodrigo Vergara.
Mayor libertad
El director de la Escuela de Medicina de la Universidad de Valparaíso plantea que, junto a la capacidad instalada para producir vacunas, en este tema es de igual manera relevante el marco ético jurídico.
“Argentina, por ejemplo, tiene laboratorios -en su mayoría privados- muy desarrollados, pero además tiene una libertad de manejo que acá es más complicada. Me atrevería a decir que en Chile existen trabas que complican los estudios clínicos, que son mayores que las que hay al otro lado de la Cordillera y que las que tienen la casi totalidad de los países desarrollados”.
Y añade Vergara: “Por ejemplo, para hacer estudios clínicos en Chile hay un acápite en la Ley Ricarte Soto que dice que si a una persona le pasa algo durante un estudio clínico, no importa que se demuestre o no que el problema haya sido por causa de pruebas con un medicamento o vacuna, el laboratorio se debe hace cargo del manejo de esa persona de por vida. Hasta cierto punto eso puede ser comprensible, pero es propio de Chile, no conozco que en otros países desarrollados exista una ley tan restrictiva como esta. No sé si sea tan justo que la ley llegue hasta ese extremo, pues muchas veces los estudios no son causa de problemas de salud. Esto creo que al final es un exceso que en definitiva tiende a frenar y no a incentivar la investigación científica”, concluye el médico.