Por Mariela López Medrano
Periodista
La palabra salva, saca los demonios, decodifica las emociones, son una especie de altavoz de lo que sucede dentro de cada uno. Por eso verbalizar es sanador y se transforma en un salvavidas cuando nos vemos desbordados; como un respiro dentro de un torbellino de sensaciones. La voz se convierte en un puente de oro, para matar pensamientos obsesivos, darle nombre a la angustia o parar la ansiedad.
Y por otro lado se encuentra el interlocutor, el destinatario que recibe este llamado de auxilio, quien recoge los vocablos y los transcribe para darles forma y significado. Y en este sentido, los psicólogos se convierten en los profesionales que nos pueden salvar de nuestros propios pensamientos. Aquel que apaga un “incendio” y luego nos encamina por senderos donde el propio paciente da vida y forma a sus vivencias, a los traumas, las inconsistencias, las penas más grandes, aquellas que se quedaron en el tintero, valorando cada etapa de la vida y desechando lo que hace daño.
Chile necesita exorcizar las emociones, ahuyentar o expulsar tanta sensación reprimida, que sólo puede validarse a través del discurso. Pero alguien debe dar vida, entrelazar o tejer este relato, que en este caso es el “otro”. En otros países como Argentina, da estatus psicoanalizarse; no debemos considerarnos débiles por necesitar un terapeuta. Los chilenos, que tenemos altos niveles de depresión, con numerosos casos de ansiedad y angustia, no sólo debemos medicarnos en el caso de una depresión, sino que tratarse por la vía de la terapia clínica, para aplacar el padecer, lo que acongoja o enferma.
Pero en cuanto al mundo de los significados qué pasa con los discursos que escuchamos. Chile tiende a este exitismo demoledor, donde los ideales de felicidad se confunden con tener el auto de última generación o donde las mujeres deben alcanzar la figura delgadísima para tener éxito. Cómo acallar esas voces que inundan los relatos desde que nos levantamos, hasta que apagamos el televisor en la noche. Estos relatos debemos describirlos en un espacio adecuado, donde el psicólogo nos vuelva a dar las coordenadas que nos pongan al centro, para descubrir otras fuentes de la felicidad.
Se debe perder el miedo a parecer débil; en todo caso, es muy fuerte aquel que apuesta por un cambio, quien deposita en un terapeuta la posibilidad de girar, de transformarse o de cambiar de piel. Para sanarse, poder crear, valorar y dejar que los demonios no asalten.
Existen diversas corrientes, como el psicoanálisis, el conductismo, cognitivismo, entre muchas más; sin embargo, al optar por alguna, se toma la decisión de subir un monte, donde se irán desgranando sentimientos y pesares, para tejer otra historia y mejorar lo vivido.
(Foto: Getty).