Por Carlos Schneider Yañez
Odontólogo y Magister en Gestión en Salud Universidad de Chile M.B.A.
Tulane University (USA)
Como una erupción contenida, el 18 de octubre de 2019, lavas de gente recorrieron nuestras calles, caminos y avenidas con demandas sociales semiocultas por décadas, que dieron como resultado que – elección mediante- tendremos una reforma a la Constitución que construiremos entre todos. Si hay una constante que nos ha caracterizado como país es el cambio continuo, caótico e impredecible, por algo somos el país de los terremotos, volcanes y tormentas.
Cuando parecía que la erupción tomaba un cauce cada vez más civilizado, otra erupción tan inesperada como la de octubre tocó nuestras puertas y se coló por todas nuestras ventanas; un virus desconocido, comenzó con unos cuantos casos, que encendieron las primeras alarmas. Ahora, con más de un millón de contagiados y 23 mil muertos, nos empinamos en la cumbre del contagio, con un invierno ad portas que casi todos temen.
Todavía no sabemos las “secuelas” que dejará en nuestras ciudades, pueblos, cuerpos y almas está tormenta llamada covid, es una historia en desarrollo. El país está experimentando un maltrato permanente, que no sólo se refleja en las secuelas del estallido social -aun presente en nuestras paredes, mobiliario público y otros lugares -, sino en las profundas heridas que de seguro dejará esta borrasca pandémica.
Cuando todo esto pase, necesitaremos sumar voluntades, para levantarnos del caos, comenzar nuestras terapias, airear nuestras casas, expulsar los remanentes de virus -el del coronavirus y el de la inequidad-. Esta recuperación debe partir desde el Estado, pero si no se hace parte a la ciudadanía -a toda- quedará como otra propuesta más, es necesario recoger las principales demandas de la gente, respetar la idiosincrasia, las características de las comunas y sus necesidades; reparar y construir entre todos, en una sinergia y trabajo en equipo que serán imprescindibles, o estamos todos y todas o no saldremos adelante.
La teoría de los “las ventanas rotas” postula que las calles sucias, las paredes rayadas atraen cosas negativas y se terminan convirtiendo en focos que dificultan el desarrollo y el porvenir de sus vecinos, por el contrario, mantener los entornos urbanos en buenas condiciones, disminuye la delincuencia y las incivilidades. Por eso las políticas de urbanismo, desde las municipalidades y los mismos ciudadanos debemos ir reconstruyendo una ciudad para todos, donde existan más plazas, zonas de encuentro para fomentar la convivencia y la solidaridad, más pulmones verdes y corregir hábitos, para habitar una ciudad amable.
Estos desastres que enfrentamos, volcanes de miedo e incertidumbre, nos harán más fuertes y saldremos fortalecidos, solo si sanamos las heridas. Pintemos nuestros muros, limpiemos nuestras veredas y la del vecino, aseemos nuestras almas, no para ocultar bajo la alfombra realidades, lo vivido, lo sufrido, sino para levantarnos una vez más y re-construir sobre las ciudades de la furia.