Por Silvio Becerra Fuica
Profesor de Filosofía
Humberto Maturana fue y es, uno de los principales exponentes de las ciencias y la filosofía de nuestro país, todo ello como resultado de un modo de vida, que lo marcó fuertemente en el ámbito de ambas disciplinas; por ello, hablar de este gran ser humano, no es tarea fácil, considerando su extensa producción científico-filosófica de reconocido nivel, tanto en el ámbito nacional como internacional, la que se caracterizó por ser un constructo finamente amalgamado, que al igual que una gran pirámide, dispone de una extensa base que la soporta y que le permite encumbrarse con seguridad en cada uno de los sucesivos niveles, que le permitirán alcanzar la altura necesaria, para así lograr, poco a poco, el desapego de los niveles iniciales, en los cuales sólo se encuentran los primeros esfuerzos, que como partida de todo proyecto, siempre resultan duros, lentos e infructuosos, pero no por ello vanos, pues constituyen como ya se dijo, la base fundamental de todo lo construido; siendo esta, una forma metafórica de representar lo que fue la vida de Humberto Maturana y de cómo fue avanzando en el ámbito del conocimiento, y de la lucha que tuvo que dar consigo mismo, para no dejarse apresar por la fuerte influencia de los sistemas costumbristas, económicos y políticos, que con su hacer práctico, invisibilizan los diferentes y reales modos de vida existentes en la sociedad; los que están tan compartimentados, que pareciera que cada uno de estos fuera parte de un universo diferente, donde no existe la posibilidad de un conversar, de un reflexionar y de un vivir – convivir, en colaboración, tras un objetivo en común.
Sus primeros trabajos e investigaciones se centraron en una concepción de lo humano como un aspecto más de la Biología, lo que es posible de encontrar en sus escritos de esa época; posteriormente en una segunda e importante etapa de su vida, superó ampliamente, – según sus propias palabras, – sus comienzos cimentados en lo exclusivamente biológico, reconociendo, – con la sublime humildad que sólo tienen los grandes pensadores, – que hasta ese momento, toda su ciencia, que fue validada y reconocida por la comunidad científica nacional e internacional, tenía sus limitaciones desde el punto de vista de la persona humana, pues consideraba solamente una dimensión de esta, la biológica. Solamente a partir del conversar liberador – y reflexivo – con la bióloga Ximena Dávila, quien había descubierto que el dolor y el sufrimiento de las personas, como una consecuencia de sus entrabados relacionamientos, tenían un origen cultural; le permitió ampliar su mirada sobre las personas, vislumbrando, que cada una de ellas es portadora no solo del aspecto relativo a lo biológico, sino que también a lo cultural, lo que le llevó a entender y aceptar, que sus primeras investigaciones, sin ser erróneas, adolecían de un acentuado reduccionismo biológico, el cual, con el paso del tiempo y considerando el permanente conversar con Ximena, lo llevó a superar esta dificultad, logrando por este medio alcanzar el necesario equilibrio entre lo biológico y lo cultural; ambos aspectos de la persona humana, que en su actuar cotidiano, fluyen como parte de una sola totalidad o unidad, develándose de este modo, el hombre, la persona, como una entidad de características bidimensionales, donde se funden, lo vivo, desde el punto de vista cuantitativo, que es susceptible de ser medido de acuerdo a metodologías epistemológicas, con lo cultural, que es su aspecto cualitativo, – que no es medible según el modo en que miden las ciencias – que para este caso, resulta ser lo más cercano, para llegar a una meridiana comprensión de lo que significa ser persona.
La consideración y la aprehensión del ámbito de lo cultural por parte de Maturana, – dimensión que sólo está disponible para el hombre,- le permitió enriquecer y amplificar toda sus teorías y logros epistemológicos , pudiendo de este modo, crear en conjunto con Ximena Dávila un nuevo concepto, que definiría al hombre como un ser bio-cultural, característica que lo diferencia claramente de los animales, los que comparten con el hombre el hecho de ser, seres vivos, pero que no gozan de la facultad de ser animales culturales al igual que el hombre.
En su etapa de madurez Maturana y Ximena en sus permanentes reflexiones al interior de Matríztica, – lugar donde se hace y se piensa a la vez ciencia y filosofía, – se autodefinen como biólogos culturales, o sea, como seres bidimensionales, que por un lado son capaces de vivir, al igual que lo hace todo ser vivo, pero que por otro lado, trascendiendo a lo puramente vivo, son capaces de convivir con sus pares, debido al elemento cultural, que le es connatural, el que es decisivo para el vivir – convivir en sociedad. En este sentido, cada persona pasa a ser para él, una especie de molécula fundamental que en su vivir- convivir, en forma reflexiva y consciente, se convierte en el sostén de lo social – pues sin hombre consciente de sí mismo y de los demás no podría existir tal sociedad.– Este descubrimiento, surgido del conversar liberador de Ximena, le permitió a Maturana, superar el aparente dualismo entre lo biológico y lo cultural, logrando dar a entender en su libro – en coautoría con Ximena Dávila,- El árbol del vivir (2015), que ambas partes no se contraponen, sino que son parte de una misma realidad, que no es otra que la realidad de personas que viven-conviven en colaboración, mediante la permanente reflexión.
Pretender dar cuenta en una columna de opinión, lo que fue la obra y el legado que deja Humberto Maturana, para Chile y el mundo, es una perfecta utopía, y pido disculpas por este intento, pero no por ello, me puedo restar al hecho de poder hacerle por este medio, un modesto homenaje, al hombre, a la persona, al profesor, al biólogo, al Premio Nacional de Ciencias, al científico y al filósofo todos estos, algunos de sus atributos, mediante los cuales y en plena consecuencia con su modo de vida, se manifestó en forma plena frente a las demás personas, con su ejemplar vivir-convivir, en reflexión y colaboración con la sociedad de la cual fue parte.
Adiós don Humberto Maturana, su cuerpo nos deja, el que tiene que cumplir con el finalístico y normal destino biológico de todo organismo vivo, – la degradación – que se consuma a partir del éxito de la acción de los procesos entrópicos, sobre los procesos homeostáticos, ambos, agentes de acción contrapuesta, que se mantienen en actividad permanente, desde el momento mismo en que una persona nace, hasta que esta muere, cerrando de este modo su ciclo biológico natural; no obstante, aunque su persona ya no esté físicamente con nosotros, sí, está presente su legado cultural entregado a la sociedad, el que por sus características científico-biológicas, psicológicas, sociológicas y filosóficas, habrá de permanecer vigente, mediante el estudio reflexivo de su obra, lo que sin duda deparará para la mente de las generaciones actuales y venideras, variadas sorpresas en el ámbito del conocimiento.