Por José Ossandón
Periodista
Director de La Región Hoy
Es peligrosa la calle, me decía mi bisabuela cuando vivía en Copiapó. Tenía como diez años y en esos tiempos el que tenía un Atari era una especie de dios vivo. La mayoría no teníamos ese aparato y entendíamos, también, que estaba demás, lo de nosotros era la calle. Eran los cerros, las dunas, la pichanga, meternos al río a cazar sapos, a subirnos al techo y a los árboles.
Éramos perros de la calle.
Cuando llegábamos del colegio, nos sacábamos el uniforme, almorzábamos y nos íbamos a la calle. Nuestro mundo era la calle. “¡Vienes hediondo a calle!”, me gritaba mi mamá, cuando el sol apenas iluminaba y el frío comenzaba a imponerse en Atacama. Pero nosotros no teníamos frío, éramos unos perros de la calle.
Eran tiempos de Dictadura. Mucho carabinero en la calle, mucho desfile, mucha música castrense envolviendo la glorieta de la plaza principal. Mucho mendigo pidiendo pan duro, muchas peluquerías abiertas atendiendo a las mamás que tenían que estar lindas cuando llegara el macho proveedor.
A algunos nos criaban las nanas y a otros las madres, esas dulces señoras que debían repartir su poco tiempo entre atender a los hijos y a sus maridos… bueno, si es que llegaban porque casi siempre se pasaban de largo de la casa y se iban a tomar o a bailar con “las cochinas”, como decían nuestras lindas madres con el corazón roto.
Eran tiempos violentos.
A veces, de noche, se oían ráfagas de balas o las balizas de los carabineros y policías que se repartían el tiempo entre “cazar” rateros o estudiantes que querían a Pinochet fuera de la Moneda.
A mí en ese tiempo solo me interesaba la calle.
Era un perro de la calle.
Y varios éramos perros de esa calle que nos atraía como un enorme imán.
No había canchas de fútbol, jugábamos en la vía. Las pelotas eran duras como una piedra y el que tenía zapatos Adidas con estoperoles era un bacán. Los demás pateábamos con zapatillas nomás.
A veces los mormones, tan buena onda esos gringos, nos prestaban la cancha de baby que tenían en sus templos. Nos sentíamos en otro nivel, entre esas pichangas jugaban compañeros de curso como Marcelo Vega, que después fue un crack, o el Chechito Malbrán, el Corneta, que también llegó a jugar en la Primera División.
Hoy las calles están llenas de condominios con canchas de baby. Hasta piscina. Me imagino lo que habría sido vivir en espacios así: o sea, te matas jugando a la pelota y después te lanzas a la piscina.
Ahora la cosa es distinta.
No estamos en dictadura, pero tenemos una vida más dura.
Los delincuentes se desataron, los narcos bailan con la bonita y los policías ya no soportan más ver cómo sus compañeros caen todas las semanas.
“Señor Presidente: haga su pega”, le dijo sentidamente el padre del carabinero asesinado el viernes en Pedro Aguirre Cerda.
Yo desde esta tribuna también se lo pido, Gabriel Boric. Basta de viajecitos, mire que bastante ha criticado usted y sus colegas, compañeros, amigos, que la Concertación hizo poco o nada. ¿Se acuerda cuánto viaje emprendió Eduardo Frei Ruiz Tagle cuando fue Presidente? Harto que viajó el caballero.
Es el momento de sentarse a la mesa de su gabinete en La Moneda y definir un plan para frenar esta locura. No podemos estar encerrados, cagados de miedo, porque los lindos delincuentes sienten que están de fiesta.
Señor Presidente: yo soy un perro de la calle. Desde los 80, después me enredé en el periodismo, un oficio que también es de calle.
¡Vamos que se puede, señor Presidente!
Únase al baile de los de la calle.