Por Luigina Pruzzo
Periodista y gestora turística
Mi mamá es de Valparaíso, mis hermanas y yo estudiamos ahí, mis padres siempre trabajaron en esa ciudad.
Tengo maravillosas amigas y amigos porteños y también viví algunos años allá, por lo que sus calles me son conocidas, fueron diariamente transitadas y siempre parte de mi infancia, adolescencia, y luego en mi vida laboral.
¡Conozco Valparaíso completo!
El viernes tuve que ir, después de mucho tiempo, a Valparaíso: no puedo explicar la pena que me dio al ver tal grado de miseria y violencia, que cada día aumenta a pasos agigantados.
No me refiero solo a la económico, sino también a lo social, cultural, y para qué decir patrimonial. Hace algunos años la calle Condell fue el barrio comercial más elegante e importante de la región. Hoy todo es penosamente distinto; más de la mitad de locales comerciales están vacíos y/o quemados.
Antes el cordón urbano Condell, Esmeralda y Prat se imponía en el plan como un importante polo financiero, donde las empresas crecían, se hacían importantes inversiones, lo que generaba empleo y crecimiento.
¿Y hoy?
Hoy vemos que el comercio ambulante se tomó esa área patrimonial, la presencia de estos comerciantes irregulares superó toda lógica. Como en otras partes del país, actualmente el comercio ambulante está normalizado, es parte natural del paisaje.
Vemos decenas de carpas en plazas y espacios públicos, con familias enteras viviendo ahí.
La decadencia de Valparaíso parece sacada de una película de zombies.
La violencia e inseguridad se respira, y el desgaste emocional que significa, incluso, mirar donde caminas, es increíble.
Vengo por años escuchando discursos y slogans, leo cientos de columnas y veo radiografías de políticos, autoridades, organizaciones, habitantes, gurúes, personeros, caciques y semidioses hablando del diagnóstico de la ciudad, y de lo que hay que hacer.
Sí, porque cualquiera habla con increíble propiedad sobre Valparaíso (me incluyo) y no veo que la cosa tenga un futuro auspicioso, mejore o surja prontamente.
¿Qué hacemos? ¿Seguir de espectadores y creyendo cuentos? Cuando la sociedad cae en estos pozos negros, es muy difícil salir.
Como me dijo hoy un amigo porteño: «Al menos no deberíamos seguir romantizando la decrepitud de Valparaíso, ¡por favor!