Por Mauricio Riquelme Alvarado, académico de la carrera de Educación Física de la Universidad Andrés Bello, sede Viña del Mar.
La esencia del fútbol brasileño, el maestro indiscutido del “Jogo bonito” o juego bonito ha partido. Edson Arantes do Nascimento, más conocido como ‘Pelé’, sin lugar a duda, nos ha dejado lecciones imborrables para quienes enseñamos a generaciones jóvenes esta disciplina.
Un adelantado para su época nos sorprendió por su técnica e inteligencia en el juego. Ocupando variados e interminables recursos deportivos, dignos de contables análisis y alabanzas, verlo dominar el balón era un verdadero espectáculo de masas.
Pelé nos deleitaba con la facilidad para cambiar el ritmo por sorpresa con un arranque corto demoledor. Era hábil para encontrar espacios vacíos en los últimos 30 metros del campo de juego. Pelé fue un rival incontenible e imprevisible.
Podía controlar la pelota con cualquier parte del cuerpo y observaba la posición de los demás jugadores, escogiendo la opción más acertada: el pase corto o largo, la pared o el centro, el disparo a portería o la jugada individual.
El futbolista brasileño ganó tres copas mundiales, en 1958, 1962 y 1970, fue una estrella internacional y popularizó el jogo bonito en todo el mundo.
Vinculado a nuestro país desde variadas esferas, vino varias veces, y logró entablar amistad con sus rivales en el fútbol, siendo cercano al destacado futbolista chileno, Elías Figueroa, quien también hizo parte importante de su carrera en Brasil, demostrando los valores y ejemplos de superación personal de este deporte.
Hoy lamentamos despedirnos del más grande, del Rey incuestionable del balompié, pero Pelé dejará una marca imborrable, tanto profesional como en espacios formativos, que trascenderá por la eternidad. Podemos afirmar que antes de Pelé, el fútbol era solo un deporte. Ahora luego de conocer su historia podemos afirmar que es una pasión de multitudes.