Por Silvio Becerra Fuica, Profesor de Filosofía.
Durante toda la vida, desde que tenemos uso de razón, ha resonado en nuestros oídos la palabra dogma y, también hemos escuchado comentarios acerca del actuar dogmático de determinadas personas y corrientes de opinión, especialmente las de carácter político o religioso; pero no siempre tuvimos la precaución ni el interés de darnos un tiempo para llevar a cabo una reflexión, que nos permitiera aclarar nuestras dudas al respecto.
Como una manera simple de acercarnos a un entendimiento de lo que sea un dogma y la forma en que nos afecta a los seres humanos; podemos decir que dogma es un término que viene del griego antiguo, el que era entendido como una opinión fundada en principios, que la hace ser una verdad fundamental o enunciado absoluto que no es posible de probar ni refutar, pero que debe aceptarse como una verdad base para cualquier ámbito del conocimiento. Actualmente, se llama dogmático a todo aquel que se rige por una serie de premisas indiscutibles, rígidas e inamovibles.
Los dogmas han existido para el ser humano desde los tiempos más ancestrales, formas de actuar que se han mantenido hasta el presente; presentándose en todos los ámbitos del hacer de las personas, pudiendo por lo mismo encontrar formas de actuar dogmáticas; en la religión, como también en el derecho, la filosofía y el propio humanismo. Esto es así, pues el dogma ha sido y seguirá siendo un elemento preponderante y decisivo por sus consecuencias en el funcionamiento de toda sociedad; pues, tiene mucho que ver con los sistemas de costumbres y creencias que se mantienen en su interior y que determinan con mucha fuerza en como pensamos y actuamos.
Desde este punto de vista, teniendo presente el concepto de dogma que conocemos, nos encontramos con una realidad que dirige y determina nuestro accionar; sin que la mayoría de las veces nos cuestionemos ni una sola vez, sobre los fundamentos sociológicos y epistemológicos de este determinismo. Lo único real es que actuamos y funcionamos de determinada forma, como dejándonos llevar por la ola; pues si otros lo hacen, es para mi persona mucho más fácil hacer lo mismo, quedando por lo mismo en manos de un actuar dogmático que por no haber sido sometido a revisión, termina por convertirse en un influyente criterio de verdad social.
Lo más desconcertante de todo esto, está en el hecho, de que nos pasamos toda la vida, cohabitando al interior de esta cúpula de cristal que nos entrega el dogma, la que es fácil de aceptar pero que es muy difícil de romper, pues está construida con los elementos más resistentes que pueden existir, los que no son cuantificables ni mensurables al modo como lo hacen las ciencias y la técnica, que todo lo miden y todo lo cronometran; más bien son cualitativos, lo que los convierte en una gran dificultad, debido a que al interior de la sociedad, son muchas las instancias de carácter dogmático, que se manejan en este ámbito, que con facilidad promueven como si fueran principios, lo falso como verdadero, lo injusto como justo y lo malo como bueno.
En este contexto, cada individuo piensa para sí, que es libre de tomar decisiones, sin considerar que el dogma, -especie de pseudo-conocimiento,- lo convierte en lo contrario, o sea en un prisionero de las formas de dogmatismo que al igual que un cáncer se ramifican con gran facilidad en lo social.
Lo que llama poderosamente la atención, es el hecho de que son muchos los dogmas y formas de actuar con los cuales tienen que lidiar las personas en su relacionamiento social, lo que lleva a que se produzca una lucha interna entre estos por mantener la hegemonía sobre las demás, lo que, como siempre ha sido en las diferentes épocas, provoca la formación de grupos e ideologías que buscan imponer -para todos,- sus principios, provocando una permanente lucha y desacuerdo que siempre se mantendrá, pues es parte constitutiva de la disconformidad del ser humano, el que una vez que logra algo en el área que sea, siempre aspira a tener más; siendo un buen ejemplo de esto el actuar de nuestros políticos, los que entre ellos mismos se acusan permanentemente de actuar dogmáticamente, situación que como tal sigue manteniéndose bajo el disfraz de discutibles discursos de justicia social y de igualdad.
Finalmente, es adecuado reconocer que el dogma es una potente herramienta de poder en el ámbito de la interrelación social, la que penetra con gran facilidad la conciencia de las personas, las que sin darse cuenta asumen como propios -sin serlo,- discursos, ideologías o doctrinas, las que terminan por imponernos fines y propósitos de vida que difícilmente podrían ser catalogados de exitosos para nuestras personas; pues, al encontrarnos en un tipo de sociedad como la actual, en que el exitismo -forma de actuar dogmática- es considerado un valor fundamental, arrastra a la sociedad a una situación de plena y permanente competencia en que el gran fin es tratar de ser más exitoso que el otro.
Esta forma de ver las cosas, hacen que el querer alcanzar el éxito o la felicidad en los términos ya mencionados, nos lleve al entendimiento de que solo y solo si somos exitosos, seremos felices: lo que convierte a la felicidad en un sofisma o lo que es lo mismo en un gran dogma social.