Para manejar las emociones de los niños y niñas luego de experiencias violentas es clave en primera instancia, no normalizar el evento ni esperar a que el miedo a que vuelva a ocurrir se pase solo, ya que el cambio en el comportamiento puede extenderse por varios días y traer padecimientos más complejos.
Cuando ocurren encerronas con menores a bordo, robos en casa durante la noche o actos de violencia en espacios públicos, quienes se ven mayormente afectados a nivel emocional son los niños, debido a que, por su corta edad, aún no desarrollan con eficiencia técnicas para canalizar sus emociones en situaciones de estrés.
De acuerdo con cifras del Centro de Estudios y Análisis de Delito (CEAD) de la Subsecretaría de Prevención del Delito, en los últimos diez años en Chile los robos con violencia o intimidación aumentaron en un 11,5%, por lo que se hace necesario que padres y cuidadores cuenten con herramientas que les ayuden a manejar las emociones de los menores cuando se ven enfrentados a experiencias de este tipo.
Sobre esto la psicóloga y académica de la Facultad de Psicología y Humanidades de la Universidad San Sebastián (USS), Ximena Rojas, explica que, ante una situación traumática con menores involucrados “lo primero es estar súper atento a los cambios de conducta y no esperar que el miedo o sensación de angustia del niño se pase solo y normalizar su estado”. En ese sentido, añade que algunas de las señales de alerta de que el pequeño no está canalizando bien la experiencia son “mal sueño con pesadillas recurrente, estado de sobre alerta frente a cualquier estímulo y el no disfrute de acciones que antes sí le gustaban como juegos o interacciones con otros”.
Por otro lado, el inicio de estas conductas puede desencadenar en otras de mayor preocupación, y también en padecimientos que requieran de la ayuda de un profesional para iniciar un tratamiento adecuado. Según la psicóloga USS, “las principales alteraciones se relacionan con estrés postraumático, lo que involucra cuadros de ansiedad, irritabilidad, dificultades de concentración, preocupación por morir y comportamientos regresivos. También pueden darse algunos síntomas físicos como dolores de cabeza, estómago, pérdida de interés o problemas para sentirse afectuosos”.
Para diagnosticar un problema mayor, se deben observar y tener en cuenta criterios como la duración y la intensidad de los episodios, “si aparecen síntomas con los que no podamos funcionar bien y que interfieran en actividades de la vida diaria es importante realizar un diagnóstico que considere además la edad del niño ya que la posibilidad de manejar emociones también va a ir dependiendo de la etapa del ciclo vital en el que se encuentren”, comenta Rojas.