Si bien el título de este artículo responde a una de las grandes obras del filósofo español José Ortega y Gasset, la que fue escrita hace muchas décadas; no deja de llamar la atención que al amparo de la filosofía, ya en esa época, se estuviera hablando de la deshumanización de algunas de las actividades realizadas por el hombre,
destacando entre estas al arte, como producto del desarrollo de las sociedades, lo que se comenzó a palpar a partir de la revolución industrial en adelante, que fue la chispa que siguiendo el reguero de pólvora, fue capaz de llegar al polvorín con las consecuencias de un estallido que se podía esperar, para un futuro aún incierto.
Pues bien, en la época actual ya es posible vivenciar en toda su dimensión lo que significa vivir la deshumanización de todos los procesos, que en su más amplio espectro son parte del diario vivir de los seres humanos, entre los que se destaca el arte, que es una de las vías fundamentales para la creación y la realización personal, dimensión que forma parte de una realidad abstracta y cualitativa que se puede definir como lo más humano que puede existir, realidad que por lo mismo es eminentemente cambiante entre las diferentes personas; por lo mismo el arte y su expresión son algo definitivamente personal, que tiene que ver con su historia de vida, y con la forma de relacionarse con las demás personas y su medio ambiente, aspectos que no son susceptibles de ser medidos al modo en que las ciencias miden las cosas.
Durante la última década, la humanidad se ha visto remecida por un potente desarrollo tecnológico, el que se originó en sus primeras etapas en la llamada Revolución Industrial, allá por la segunda mitad del S. XVIII (1760), momento en que la sociedad incluyendo todos sus niveles de organización interna, comienza a sufrir un feroz cambio de paradigma, que se puede apreciar en la forma en que cambiaron las maneras tradicionales de realizar los trabajos y relacionamiento de las personas; el que de una modalidad manual y artesanal, deviene en un trabajo en serie, mediante la utilización de maquinarias; lo que fue el signo de la inventiva que marcó en adelante el rumbo del desarrollo económico-industrial del siglo XIX.
En el mundo actual lo que se aprecia fundamentalmente son las ciencias y la tecnología; quedando fuera del área de interés las humanidades y el arte, lo que es un claro indicador, de cómo la estética, los sentimientos y las emociones, poco a poco se van perdiendo en la bruma del amanecer, casi hasta desaparecer.
La falta de sensibilidad, de empatía y de emocionarnos con nosotros mismos y con los demás, es una realidad sintomática de la deshumanización del ser humano; situación que paso a paso se ha ido normalizando, sin que muchos de nosotros logremos darnos cuenta de ello, situación que de algún modo se ha visto favorecida por
los medios de comunicación; especialmente televisivos y de redes sociales, los que por sus repetitivas imágenes y discursos han permitido que esta nueva realidad se instale en el centro mismo del hacer de las personas, sin que nadie en particular ni los Estados en general, hayan sido capaces de rechazar o cuestionar esta complicada forma de actuar, que está terminando con todos aquellos valores que podemos considerar
esenciales para el ser humano en su búsqueda del bien común; dando curso a antivalores que nada tienen que ver con esa búsqueda permanente que caracteriza al ser humano.
Ahora, ya en el siglo XXI, todas las actividades realizadas por los seres humanos que conviven en sociedad, han sido abordadas por un poderoso e imparable virus tecnológico, que parafraseando a lo sucedido con el Covid-19, ha sido capaz de convertirse en una de las más grandes pandemias, en este caso tecnológica; que a
diferencia de los diferentes tipos de coronavirus conocidos, lamentablemente no ha sido ni es posible de revertir en sus efectos y en su desarrollo, pues se ha instalado en la esencia misma de los procesos biológicos de los seres humanos, como asimismo de los procesos de interacción económico-social; los que en su conjunto constituyen la plataforma que permite la existencia de los diferentes tipos de sociedades.
Se puede decir que estamos ad-portas de dejar atrás un mundo conocido por las personas, con todas sus vivencias emocionales y sentimentales que les son tan propias; para entrar a un mundo desconocido que a partir de ahora, constituye una realidad de cambios permanentes, que está afectando todos los campos del
conocimiento humano, incluyendo en estos al arte; carro al que no todos están pudiendo subirse; especialmente la gran cantidad de personas mayores que por lo avanzado de sus ciclos vitales, tienden a quedarse en el camino soportando la pesada carga que le impone con fuerza la entropía; resultando vanos los esfuerzos homeostáticos que la resiliencia del cuerpo humano es capaz de controlar con efectividad.
Finalmente, hemos podido constatar que esa actividad llamada arte, que es expresión profunda de lo humano, está en peligro de caer en las redes socio-tecnológicas, a partir de la creación de nuevos valores que se anteponen a los valores que por siglos los seres humanos hemos conocido. Estamos siendo testigos de cómo los antivalores están cambiando al mundo, al punto en que en un momento determinado, estos constituirán para las nuevas generaciones sus valores a considerar para la proyección de sus vidas en el ámbito personal y social, donde el desarrollo y el efecto de la tecnología, especialmente las que tienen que ver con las redes sociales y la Inteligencia Artificial, serán, en el caso de que las diferentes naciones a nivel global no presten la debida atención a esta delicada situación, las que tienen a los seres humanos a punto de perder lo más íntimo de su ser, que tiene que ver con la capacidad de hacer arte y de poder apreciarlo en su máxima expresión.