Hablar del ego es enfrentarse a una temática de gran complejidad y de larga data en el desarrollo de la humanidad, cuyas manifestaciones es posible apreciar a través del tiempo en forma diferenciada e individual en personas que dejaron su marca personal, a veces nefasta, en las sociedades de las que formaron parte -Napoleón, Hitler, por ejemplo).
Sin duda, el ego es una característica que se da en todos los seres humanos, en algunos más, en otros menos, la que se manifiesta claramente frente a las personas que le rodean; convirtiéndose el ego pues en una búsqueda personal insaciable, que va tras un objetivo como si este fuera el sino de su vida, el cual una vez alcanzado deja de ser de su interés, pues su voraz apetito sólo fue saciado por un corto tiempo; reorientando su acción personal sobre un nuevo objetivo que ocupará ahora un lugar de preeminencia, que le permitiría satisfacer sus ansias de grandeza y reconocimiento social a cualquier costo, porque el ego no duerme ni descansa cuando se trata de alcanzar sus objetivos; convirtiendo la vida de este ser humano en un círculo vicioso sin fin, el que sin duda puede tener graves consecuencias en lo personal (posible afección de la salud mental) y también en lo social.
Pero, ¿qué es el ego? Es una palabra que tiene una raíz latina y que significa “yo,” constituyendo el sentido de identidad y autoconciencia de una persona, como también la forma en que nos percibimos y nos relacionamos con el mundo; convirtiéndose en un elemento esencial para la adaptación social, al que se le reconoce ser la parte de nuestra psique que nos permite sentir que somos una persona única y que interactuamos con el mundo exterior. Actúa como un mediador entre nuestros impulsos (instintivos) y las normas sociales (éticas y morales), facilitando la adaptación y el desarrollo de una identidad coherente.
El ego es también un producto entreverado entre lo personal y lo social, díada que está en permanente interacción y cambio; lo que lleva a que la idea de acción que tengo hoy día, sin mayor dificultad puede cambiar diametralmente mañana.
No obstante, el ego puede convertirse en una gran traba cuando se desestabiliza, lo que lleva a que se convierta en un ego desmesurado generador de egocentrismo, competencia malsana y conflicto; especialmente cuando se busca la validación y la comparación en el contexto social.
Si bien el ego siempre ha existido y existirá por ser connatural al ser humano, podemos decir que la sociedad del actual siglo XXI, con su énfasis en el individualismo y la competencia puede fomentar un ego inflado, llevando a una actitud de «todos contra todos» en la búsqueda de la propia importancia. Es importante además tener en cuenta, que el ego puede ser adaptativo y engañador, como también cambiante en su apariencia al igual que el camaleón, cuando se trata de satisfacer sus apetitos.
Si bien el ego desmesurado y descontrolado es el que marca la tendencia en la sociedad actual, también existe un ego saludable, que es el que en verdad requiere la sociedad, pues permite la empatía, el autoconocimiento, la autoaceptación, la colaboración y la conexión social, más que la individualista competencia que tiene como fin único el propio beneficio, sin importar lo que pase con los demás. Esto último es lo que permite tener la esperanzas o la ilusión de que en algún momento este ego empático y colaborador pudiera cargar la balanza de las relaciones sociales a su favor.
Sin duda esta es una titánica tarea considerando el hecho indesmentible de la consolidación a nivel global de una cultura de las redes sociales, que en gran medida se traduce en la búsqueda de validación y de comparación constante en estas redes sociales, pudiendo potenciar un ego dependiente y cautivo por la aprobación externa, generando ansiedad, depresión y una imagen idealizada que daña la salud mental, permitiendo la generación de un caldo de cultivo favorable para este tipo de ego.
Finalmente, según lo expuesto el mundo en que vivimos se encuentra en una gran encrucijada, en el que el desarrollo tecnológico (internet, redes sociales e inteligencia artificial) tiene en jaque a cada persona en particular y a la sociedad en general, por la permanente generación de nuevos valores (antivalores) en un corto tiempo; de información en demasía que no permite su entendimiento y posterior manejo; de incertidumbre respecto de la verdad o falsedad de algunos procesos al interior de la sociedad y de la excesiva competencia y falta de colaboración; ingredientes que se potencian al relacionarse, generando las condiciones adecuadas para la aparición y crecimiento de la corrupción en todo el mundo como es posible de conocer día por día, mediante la gran mayoría de los medios de comunicación. Ante la pregunta de ¿qué tiene que ver el ego en todo esto? Cabe la respuesta de que no debemos olvidar que el ego está en todas partes; en cada persona y en cada sociedad, especialmente en los gobernantes de las grandes potencias que son los portadores de un ego descontrolado que tienen al mundo sometido a su pleno arbitrio, donde lamentablemente lo que prima es el poder y la fuerza, ante lo cual a los países menos desarrollados sólo les queda la sumisión, so pena de ser pasados a llevar, sin que los derechos humanos nada puedan hacer al respecto. Es por todo esto que hablamos de la “sociedad del ego.”
Silvio Becerra Fuica
Profesor de Filosofía