Por Silvio Becerra Fuica
Profesor de Filosofía
El hombre en palabras de Maturana es un ente biocultural, que se mueve permanentemente en un doble ámbito; por un lado, el biofísico que tiene que ver con la materia viva, y por otro, el espiritual o cultural, que va más allá de lo meramente material, en una especie de alero metafísico. Lo sorprendente de esta especial y diversa realidad de lo humano, y que es la que lo define, es que este no se refugia en forma particular, en uno solo de estos ámbitos o dimensiones, sino que en la más amplia armonía entre ambos; donde se cristaliza, al modo, de una antigua forma de entender al hombre y al mundo que le rodea, asumiéndolo como el Uno todo griego -Hen Panta- intuición de los pensadores presocráticos, anteriores a Sócrates, que consideraban que todas las cosas son una, siendo imposible que la multiplicidad como tal pueda mantenerse independiente, pues esta, siempre estará ligada a la totalidad. Sorprende, que después de más de veinticinco siglos, esta idea presocrática se siga manteniendo en la actualidad, siendo un ejemplo de ello, lo que piensa David Bohn, -físico cuántico, discípulo de Einstein, respecto de la unidad que existe en la multiplicidad. Esta es la especial realidad, del hombre de que hablamos, que en cuanto hombre -totalidad- es a la vez, diverso en su constitución físico-química, como también cultural y emocional; siendo este, el ámbito en que se compenetran estas dimensiones, nutriéndose en todo momento una de la otra.
Ambas dimensiones, aunque son diferentes en cuanto partes, indefectiblemente son parte de un todo, que en este caso es el hombre, el que para ser lo que es, necesariamente tiene que ser materia, pero a la vez tiene que ser espíritu, consciencia, inteligencia; una dimensión es posible de ser conocida cuantitativamente por las ciencias en general y por la física en particular, pero la otra dimensión por sus características cualitativas, se escapa definitivamente de esta manera de conocer.
En este contexto, resulta lógico pensar que, detrás de todo plano visible en lo humano, -materia-, existe un plano invisible, -lo cualitativo- que lo sustenta, el que no tiene características materiales, y que por lo tanto permanece oculto a los sentidos tradicionales; al que los griegos llamaron el orden divino del mundo; otros lo han llamado, cosmos, lo absoluto, lo incondicionado, Dios; un algo, que relaciona y da coherencia a todo lo existente; es la unidad detrás de la multiplicidad, donde lo que pareciera ser individual, no lo es, pues siempre existirá un principio unificador, que pondrá de relieve, su poder cohesionador de la diversidad, principio que en su invisibilidad, impide ver a primera vista su acción totalizadora, los árboles impiden ver el bosque.
Este es uno de los grandes misterios que conlleva el ser hombre, donde lo material y lo inmaterial forman parte de una sola totalidad actuante, las que, mediante una especie de fusión dialéctica, permiten que el hombre sea, y que sea extremadamente diferente a todos los seres vivos que forman parte de la escala zoológica, de la que este es parte.
El momento actual, que está viviendo el mundo en general y nuestro país en particular; es cuando viene al caso, hacer una referencia, antigua, que no por ello, deja de ser muy sabia; se trata de la famosa alegoría o mito de la caverna, mediante la cual Platón, importante filósofo de los inicios del pensar occidental, articula en términos simples, para ser entendido por todos, su célebre teoría de las ideas, que trasunta su forma de ver e interpretar el mundo, generando una teoría del conocimiento, que se mantuvo por siglos y de la cual aún, podemos rescatar enseñanzas para el complejo presente que vive la humanidad.
La caverna en cuestión, y todo lo que pasa en su interior, no es más que una forma metafórica y mítica, que representa la oscuridad y la ignorancia, que imposibilita alcanzar el verdadero conocimiento; donde la realidad para los que viven en esta cueva, está constituida por las sombras, generadas por la débil luz de un agotado candil, de los que en ella se mueven, realidad que es aceptada por estos, como lo mejor, pues es lo único que conocen. Esta interesante alegoría, permite a Platón desarrollar y ejemplificar, como ya se dijo, su teoría de las ideas, que es la realidad que, según este, corresponde al hombre, teniendo como punto de partida su propia individualidad, que en su relación con los otros -en la polis- podrá acceder a la luz de la verdad y de la justicia, que lo sacará de esa oscura realidad, que en la caverna era tenida por lo más verdadero y justo.
La alusión hecha a la alegoría de la caverna, tiene un gran valor pedagógico, pues cumple con la posibilidad de abrir una ventana en la consciencia de los ciudadanos de nuestro país, con el fin de presentar una especie de simulación, en la que se visualiza un símil, entre la realidad de la caverna, con todas sus implicancias y la realidad actual – política y social- de la sociedad chilena, la que se encuentra ad portas de cambios radicales para el futuro de sus habitantes en lo político -nueva constitución; nuevo gobierno- dos realidades -caverna y situación actual- en las que existen muchas coincidencias; razón por la cual es preciso reflexionar al respecto, por parte de la ciudadanía, con el fin de poder concientizar, discriminar y a la vez, superar todas estas nefastas coincidencias, lo que debería permitir, tomar en el presente mes de diciembre, las mejores decisiones cívicas para el Chile actual.
Este es un interesante punto, mediante el cual es posible entender, y así lo ha demostrado la historia, de la existencia de grupos y sociedades que han estado sometidos, a una oscura realidad de ignorancia, impuesta por sistemas de gobierno, y modelos socioculturales y económicos, que se asemejan a la realidad de la caverna.
Todo lo anterior, tiene relación con la llamada ley de los contrarios, -la que tienen mucho que ver con la bidimensionalidad del hombre,- la que si nos fijamos bien es la que provoca y mantiene el movimiento, como también es generadora de nuevos conocimientos; es por esto que podemos discernir entre lo bueno y lo malo, lo bello y lo feo, lo justo y lo injusto, siendo esta una muestra de que estos elementos contrarios se necesitan imperativamente para ser; lo cual parece ser un contrasentido, pero no lo es, pues ¿cómo podríamos reconocer lo bueno sin la existencia de lo malo y viceversa? Efectivamente, esto es así, pues el uno y el otro, son referentes permanentes entre sí, al igual que lo son la, vida y la muerte.
La existencia en el ser humano de esta bivalencia, – dos dimensiones contrarias como partes fundamentales del todo- es la que le permite crecer y desarrollarse, convirtiéndose en el motor propulsor de la vida de este, que en algún momento amalgama ambas partes, para actuar en consonancia, con una sola dirección y objetivo, que no es otro que la vida y la superación de todos los avatares que a esta le toca enfrentar, siendo esto lo que diferencia al hombre de los animales, los que nunca podrán ir más allá de responder siempre, de la misma manera, a los estímulos que recibe del medio ambiente que le acoge.
Finalmente, y como una manera de comprender lo complejo que resulta, para el hombre, el vivir y convivir en sociedad; teniendo en consideración sus características bidimensionales – que son comunes a todos los hombres- su forma de vida, su relación con los demás y acceso al conocimiento, cito a continuación, lo dicho al respecto por David Bohn. “Si concibe la totalidad compuesta por fragmentos independientes, así es como su mente tenderá a funcionar, pero si puede incluirlo en un todo de manera coherente y armoniosa en una totalidad general que sea indivisa, ininterrumpida y sin fronteras, su mente tenderá a moverse de una manera semejante, y ordenada dentro del todo».